Por Alejandra Cetina
Cuando terminé con Voldemort (así lo bauticé porque hubo un tiempo en que sólo escuchar o pronunciar su nombre me causaba dolor) sucedieron ciertas situaciones que determinarían mi recuperación (digo recuperación porque para mí el sujeto en cuestión en lugar de transformarse en un lindo recuerdo, se convirtió en una enfermedad que me carcomía por dentro).
Lo extrañé cada minuto; reflexioné cuidadosamente respecto a si había o no tomado la mejor decisión, me repetía constantemente “es el amor de mi vida, nadie me va a querer y a cuidar como él” y a menudo lo comparaba con otras personas: él sí sabe lo que me gusta, lo que me molesta, los demás no, lo necesito y no puedo vivir sin él. No me imaginaba empezar de nuevo con otra persona, sabía que alguien nuevo no sabría nada de mí, tendría que enseñarle como tenerme contenta y eso llevaría tiempo, no quería empezar de cero.
Cuando descubrí que al día siguiente que terminamos ya tenía una relación con otra persona lloré durante siete días, sin pausas, sólo me levantaba para ir al baño, no quería bañarme ni siquiera lavarme los dientes y mucho menos salir de casa, incluso el médico me otorgó incapacidad debido a un “dolor de cabeza” muy persistente (lo cual era cierto, tenía tantas emociones negativas que mi cuerpo lo resintió).
Lo conocí en la agencia de viajes donde trabajaba para costear mis estudios. Sabía por los chismes que circulaban en la empresa que él no era de fiar, que había salido con la mayoría de mis compañeras de trabajo, así que cuando me invitó a cenar le dije que no tajantemente, pero cuando una se enamora cierra los ojos. Así fue como poco a poco empezó a hacerse amigo de mis amigos, a sentarse cerca de mí en la cafetería, a preguntarme cualquier cosa. Finalmente accedí y pensé: conmigo será diferente, yo haré que cambie, como si yo tuviera alguna especie de superpoder. Yo tenía razón, sí cambió, de forma negativa.
El primer año de novios fue maravilloso, como debería ser siempre un noviazgo. Me visitaba y nos quedábamos en la puerta de mi casa o en la sala con mis hermanitos a nuestro alrededor, yo tenía veinte y él veinticinco, íbamos al cine, a comer, siempre me tomaba de la mano y me decía nena, me sentía como en una película, creía que lo nuestro sería para toda la vida. Sin embargo, después del año comenzamos a tener diferencias porque yo estudiaba leyes, así que entre la universidad y el trabajo terminaba muy cansada y sólo quería acostarme a ver películas o ir a cenar, hacer algo tranquilo pero a él le encantaba ir a lugares escandalosos, así que cedí un par de veces pero se volvió muy frecuente y empezamos a discutir.
No me gustaba ese estilo de vida que había adoptado o que ya tenía y que yo ignoraba. Entonces me mentía, me decía que se iba a jugar futbol o que iba a dormir y acto seguido, nuestros amigos me enviaban mensajes en la madrugada para decirme que estaba con ellos en algún antro. Yo le gritaba que era un mentiroso.
El problema era que yo lo permitía y no le ponía fin, porque después de discutir, me iba a visitar llorando para que lo perdone, jurándome que no lo volvería a hacer, con rosas y un peluche o algo que me gustara mucho. Yo me repetía: no es perfecto, pero si me está pidiendo perdón es porque me ama. Ese era sólo el principio. Conforme pasaron los años (diez específicamente) adquirió ciertas actitudes: caminaba hasta el otro extremo de la habitación para hablar por teléfono, no me hablaba ni me visitaba durante días, se olvidaba de mi cumpleaños y me decía que saldría con amigos de los que jamás había escuchado. Yo había estudiado muy bien diversos libros de autoayuda, entre ellos “Te amo pero no confío en ti” de la psicóloga Mira Kirshembaum, donde expone dos opciones: o lo dejas o lo aceptas sin resentimientos. Opté por la segunda.
Aunque yo quería permanecer a su lado y gozaba los buenos momentos en que me abrazaba o me escuchaba cuando algo me angustiaba, por ejemplo, cuando se divorciaron mis papás y él se desvivía para que no me deprima, los momentos malos superaban a los buenos y un día ya no soporté más, todavía así tenía la esperanza de que cambiaría y me buscaría e intentaría mil cosas para recuperarme, pero al día siguiente al entrar a mis redes sociales ya había publicado su nueva relación. Fue como si yo no hubiera existido en su vida. Esto ocasionó que lo bloqueara de todas las redes y lloré hasta quedarme dormida, me levantaba para ir al baño y regresaba a acostarme, mi teléfono no dejaba de sonar pero lo ignoraba, ya tenía un tiempo viviendo sola, conveniente porque de haber estado presente mi madre me hubiera dado un par de bofetadas (eso necesitaba). Transcurrió la semana, el día domingo entre mis pensamientos y conversaciones conmigo misma me pregunté qué me sucedía, ¿por qué le lloraba a alguien a quien no le importaba ni un poco? Lo amé diez años y él no parecía valorarlo, entonces recordé una cita de la autora Mira Kirshembaum hacer un plan es darle cordura a los sueños, entonces planifiquemos una vida.
Necesitaba olvidarme de Voldemort, dejar de pensar en él y realizar mis sueños. Decidí seguir adelante, pero lo cierto es que no sabía por dónde comenzar, todas las canciones me recordaban a él e incluso en tareas cotidianas lo extrañaba, como cuando necesitaba liberar espacio en mi celular para descargar algún juego, él siempre lo hacía, cuando tenía ganas de ir al cine él me acompañaba, cuando no me sentía segura de si había escrito bien algún documento de mi trabajo, él lo leía y me daba su opinión, cuando me visitaban insectos, esperaba a que él viniera y los matara, para San Valentín me regalaba rosas y cada fin de semana me compraba unos mazapanes de chocolate (no tenía idea en donde los conseguía pero me encantaban), ¿cómo comenzar sin él, cuando durante diez años lo tuve a mi lado?
Mi mejor amiga me aconsejó que comenzara a salir en citas, mi mejor amigo me dijo que necesitaba primero vivir mi duelo, necesitaba llorar (cosa que hice hasta cansarme) y luego me pidió que hiciera una lista con los pros y contras de estar sin él, entre los contras escribí: no tengo quien me abrace, quien asesine a las cucarachas invasoras, con quien ir al cine, ni quien me escuche y en pros: no tengo que rendirle cuentas a nadie de lo hago o digo, puedo vestirme como yo quiero o quedarme despierta hasta tarde platicando con mi mejor amiga sin que nadie me diga que seguramente estoy hablando con mi amante, puedo dormirme a las ocho de la noche y nadie me reclamará al día siguiente que no contesté sus psyco llamadas porque seguro estaba con otro y puedo leer todo lo que quiera sin que nadie me diga que es una forma de perder mi tiempo.
Me di cuenta, sin que mi amigo Néstor me dijera nada, de que los pros de estar sin él superaban los contras, de que realmente lo que necesitaba era convivir con mis amigos, ellos hacen todo lo que extrañaba de él, ellos me escuchan y hay cosas que como matar insectos puedo hacer yo sola, no lo necesitaba para vivir. Entonces empecé a ir al cine con mis amigos o sola, aprendí a liberar el espacio de mi celular y cuando tenía dudas respecto a mi trabajo, leía una y otra vez mis escritos hasta que descubría lo que había hecho mal y lo corregía.
Comprendí que no lo dejaría de querer de la noche a la mañana. Después de llorar y de hacer sola las cosas que hacía con él, necesitaba quererme, mimarme, hacer aquellas cosas que no me animaba a hacer cuando estaba con él (no me refiero a nada negativo), por ejemplo; por fin podría usar ese perfume que me encanta y que a él no o usar mi pantalón entubado y que a él no le gustaba porque seguro lo usaba para coquetear.
Luego tendría que tirar a la basura todo lo que me recordara a él como fotos, cartas, peluches, etc. Así ya no me darían ganas de marcarle (no soy de piedra) cada que necesite abrir mi armario. Posteriormente decidí eliminar cualquier huella de su existencia en mi celular, así que borré su número, conversaciones antiguas, fotos y bloqueé su número por si se le ocurría hablarme. Había decidido continuar sin él, dejarlo atrás, para eso necesitaba aceptar mi realidad, él ya no cabía en mi vida, comprendí que yo quería más de lo que él me podía dar, yo quería una persona que le diera alegría a mi vida, que me diera paz, que me haga sentir segura, que me inspire confianza, pero antes de encontrar a ese ideal tenía muy claro lo que tendría que hacer, primero yo me tenía que convertir en esa persona de la que yo me quería enamorar.

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