Por María Conchita

Una de las mejores formas de entender el mundo es leyendo. No lo digo por ser literata, sino porque un libro nos presenta un mundo distinto, ya sea de ficción o una representación de nuestra realidad a través de los ojos de alguien más. Mientras más leemos, más panoramas acumulamos, formamos los propios y nos cuestionamos la visión del mundo que tenemos, es ahí donde radica la grandeza de la lectura.

Para que esto suceda es claro que nuestro consumo de libros debe ser variado, probar de todo nos permite tener perspectiva y formarnos. Es normal que en el camino nos inclinemos por cierto género o historias que tengan un eco en nuestra narrativa personal y también es normal que en algún punto abandonemos esas lecturas por otras más ad hoc a la persona que se encuentra en plena transformación. Y es que los libros que leemos son en gran parte responsables de quién somos y también un poco en quién dejamos de ser.

En la última década, por una serie de factores bastante afortunados, la cultura popular ha cambiado la visión que tenía sobre el acto de leer y eso ha dado lugar a que la industria editorial se haya volcado al público joven dando resultado a un vasto material creado especialmente para ellos. Dentro de este boom han surgido libros que buscan orientar a los jóvenes, uno de esos ejemplos son los ya tristemente clásicos “Quiuboles”.

Una cosa que no suelo admitir, —porque como es de imaginarse me provoca vergüenza— es que estoy familiarizada con dos de las versiones del Quiúbole, para ser más precisa con la edición tanto femenina como masculina. En mi adolescencia cometí el error de pedir ese libro que me ofrecía respuestas a cosas que en definitiva no quería preguntarle a mi madre, y, aunque en efecto traía un par de respuestas, también estaba cargado de clichés y estereotipos que solo lograron aumentar la brecha entre quién era y quién «debía ser».

Por suerte para mi, el consumo posterior que habría de tener (tanto en literatura como en otros medios narrativos), me encaminó hacia un sendero que aminoró las distancias lo suficiente para aceptarme y quererme tal cual soy hoy en día.

Es por ello que cuando llegó a mis manos el «Amiga date cuenta» con su portada llena de glitter e ilustraciones que siguiendo estereotipos podríamos considerar femeninas, pensé en primera instancia que sería una versión millenial del Quiúbole para chavas. Pero aunque ambos ofrezcan en teoría lo mismo, existe una enorme diferencia: uno es feminista y el otro no. Y creo que sin tener que decir nada ya saben cuál es cuál.

Recuerdo vivamente como en el Quiúbole existía un sub capítulo completo dedicado a los colores y su significado en la vida cotidiana; también recuerdo que abordaban el tema de cómo ligar, de todos los tipos de chicos que existían y en ella había un fragmento en el que decía que si un chavo te molestaba era porque le gustabas *inserte rolleye*.

En especial recuerdo una sección en donde abordaban la autoestima, el “objetivo” era hacerte sentir bien y con esa supuesta intención describían los distintos tipos de personas y como no por tus características físicas iba a medrar el cómo te sintieras por ti mismo. Entre los ejemplos había uno que decía: «Gordita pero buena onda» y ese «pero» me persiguió un tiempo.

El amiga date cuenta es feminista.

El amiga date cuenta busca empoderar. Habla del cuerpo; te informa que es tuyo y puedes hacer con él lo que quieras, desde compartirlo hasta explorarlo y darle placer tu misma. Por ello mismo habla del clítoris, del mito de la virginidad, de los métodos anticonceptivos, de la copa menstrual y del aborto. También habla de ser tú misma, quien quiera que eso sea y como sea que te identifiques, así es: habla de género, de la comunidad LGBT con todas sus siglas. Pero lo más importante es sin duda el último punto del libro: el feminismo. Y es que existe toda una sección dedicada al movimiento, es claro desde un principio que esta es la postura de las autoras, pero ya en este punto se ponen las cartas sobre la mesa. Se habla del feminismo desde dentro, se desmitifica, se habla de su lucha, sus logros y lo que aún le falta.

Este libro es una joya, su lenguaje claro y su narrativa sencilla y amena lo hace perfecto para guiar nuevas mujeres, libres y dueñas del conocimiento. Este libro es un amigo, un compañero y sobre todo un puente: es un libro que invita a investigar, a preguntar a platicar y a crecer.

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