Por Odeth Anais

Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras.

Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices.

Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego.

Hay sentimientos intrínsecamente atados a la experiencia humana, y dentro de estos están también los sentimientos ligados a la feminidad, al ser mujer en nuestro contexto social. En un país dónde al día son asesinadas diez mujeres (OCNF, 2019) vivimos, día con día, en una realidad dónde nos encontramos siempre al borde del peligro. Constantemente nos preguntamos si tendremos hoy la oportunidad de volver a nuestro hogar a salvo. Incluso nuestro hogar pude no ser un santuario, sino el espacio dónde convivimos con otras amenazas; se estima que el 43.9% de mujeres han sufrido violencia por parte de su actual o última pareja (INEGI). El terror, el miedo y la necesidad de mantenerlo en silencio están definitivamente entre estos sentimientos que experimentamos casi cómo norma.

La obra de Amparo Dávila expresa estos sentimientos extraordinariamente. Nacida en Pinos, Zacatecas, el 21 de febrero de 1928, sus primeros trabajos fueron publicados hace más de setenta años. Sin embargo, las temáticas que trata, la desesperación que sus personajes comunican vívidamente, son más vigentes que nunca. En este ensayo, analizaremos algunos de los cuentos en su libro, Tiempo destrozado (1959) en relación con su representación de los sentimientos y la feminidad. 

I. Terror y silencio. 

En El huésped, uno de sus cuentos más conocidos, Amparo Dávila nos relata en primera persona la historia de una mujer cuyo marido lleva a vivir a su casa a una criatura que le causa terror, la acecha por las noches, disfruta de acosarla e incluso llega a lastimar físicamente al hijo de su empleada doméstica y amiga, Guadalupe: No pude reprimir un grito de horror cuando lo vi por primera vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las cosas y de las personas. (Amparo Dávila; 1959)

Cuando intenta comunicárselo a su marido, la respuesta es siempre la misma: está exagerando, pues es “un ser inofensivo”. Variadas son las interpretaciones que se le han dado al cuento, con una pregunta latente en la mente de los lectores, ¿Quién, o qué, es el huésped? Se encuentra entre lo monstruoso y lo animal, y la protagonista se refiere a él únicamente así, como “él”. No es necesaria más descripción; sentimos en cada línea el miedo en el que vive sumergida la mujer intentando proteger a sus hijos y protegerse a sí misma. No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí. (Amparo Dávila; 1959) 

Yo elijo adoptar la interpretación de Cota Torres y Vallejos Ramírez (2016) quienes proponen al huésped cómo un estudio de violencia psicológica y doméstica. La criatura puede verse como una personificación de ambas. El huésped no tiene características humanas definidas, sino que dónde deberían estar encontramos carencias e incluso tendencias animales, impulsivas. El marido, con quién la narradora expresa desde el principio no ser feliz, no tiene interés en su matrimonio, y está a menudo ausente hasta altas horas de la noche, tiempo que la bestia aprovecha para aterrorizar a la protagonista. Nunca vemos al marido convivir con el huésped, y su ausencia hace más vulnerable a las mujeres en la casa a la violencia de éste. Su esposa no tiene permitido cerrar la puerta de la recámara si él aún no llega. El marido se va, y la bestia ataca. El huésped no tiene la capacidad del habla, se comunica sólo con gritos. 

Las imágenes nos señalan algo casi humano pero que no lo llega a ser, incapaz de escuchar o de sentir empatía, una amenaza dentro del hogar, aquello que nos rehusamos a reconocer. Un abusador doméstico. Evidencia de esto encontramos también en el desenlace. No logran deshacerse del huésped hasta que el marido se va de viaje. Entonces, en unidad, la protagonista y Guadalupe logran matarlo. Esto puede ser también un apuntador a la ruptura de un ciclo de violencia. Es sólo a través de la sororidad, la unión de dos mujeres, que se da fin a la vida del monstruo. Cuando mi marido regresó, lo recibimos con la noticia de su muerte repentina y desconcertante. (Amparo Dávila; 1959)

En La celda, la protagonista María Camino sufre un martirio nocturno que la consume lentamente. Vive con miedo de irse a dormir y encontrarse una vez más con la presencia a la que identifica sólo como “él”. Podemos encontrar en esto un paralelo con El huésped, dónde una amenaza sin forma clara se identifica únicamente con un artículo masculino. Está además, completamente imposibilitada de comunicarle a su madre y su hermana lo que le sucede, temiendo sus reacciones. Se hunde así en un silencio y una vergüenza agobiantes.

También ella tendría que hablar de algo, conversar con su madre y con su hermana; pero temía que su voz la delatara y que ellas se dieran cuenta que algo le sucedía. Y no podría decirlo nunca a nadie. (Amparo Dávila; 1959)

Desesperada por escapar de su casa, se apresura a un compromiso con un hombre que la frecuenta, a quién al principio encuentra agradable y le parece un buen medio de escape. Con el tiempo, sin embargo, él también comienza a desagradarle, y vemos su camino hacia el dejo total. Imposibilitada de compartir con nadie su sufrimiento, haciendo todo lo posible por ocultarlo aún cuando hace mella en su apariencia física, y con un nuevo prometido que no la ve profundamente, deja de interesarle lo que pase con ella. En su cuarto se siente presa en un castillo, en un espacio gótico, que contribuye a que este texto se pueda considerar incluso cómo un texto vampírico (Sardiñas-Fernandez, 2019).

Es un texto narrado, según propone Sardiñas-Fernandez, desde un punto de vista psicológico, utilizando como medio estos elementos fantásticos góticos. El matrimonio nunca llegaría a suceder. En la narrativa, se debe a su unión con este ente misterioso, que termina por apresarla por completo. Al final se ve encerrada de manera definitiva en este castillo, con los miembros de su familia y su prometido muertos. ¿Cuál es la interpretación psicológica, fuera del fantástico, de este evento? Se pueden dar varias; se ha propuesto desde un asesinato del prometido que lleva a una cárcel u hospital psicológico, hasta la violencia ejercida por otro hombre. Esta última es plausible; muchos de los eventos que se describen en las líneas finales se asocian fácilmente a la violencia doméstica. Si no hiciera tanto frío yo sería completamente feliz, pero tengo mucho frío y me duelen los huesos; ayer me golpeó cruelmente y grité mucho, mucho... (Amparo Dávila; 1959)  

La imagen de estar atrapada en un castillo, que al inicio parecía bello pero es realmente una prisión, puede también ser una alusión al matrimonio en el que se ejerce violencia. Encontramos también como indicador de esto una añoranza del hogar infantil, y señales de isolación.

este castillo es oscuro y frío como todos los castillos; yo sabía que él tenía un castillo… ¡qué lindo estar prisionera en un castillo, qué lindo!; siempre es de noche; él no deja que nadie me vea; mi casa ha de estar muy lejos (Amparo Dávila; 1959) 

El desenlace en cualquier interpretación que se le de es el mismo; la locura. El sufrimiento solitario en el que desencadena la presión y el silencio en el que vivió la protagonista. Es un final que solidifica esos sentimientos de los que venimos hablando, el miedo en un estado puro. La obsesión. Para ahondar en este elemento, visitaremos brevemente en este apartado un tercer cuento, La señorita Julia.

Este relato sigue a Julia, una señorita con una vida en extremo decente, que de un día a otro se encuentra completamente incapaz de dormir. Escucha ruidos en su casa, patadas y saltos de pequeñas criaturas. A pesar de llevar una rutina intachable, y tener los hábitos y características ideales de la señorita en sociedad (limpieza, cocina, trabajo de oficina, misa los domingos, actividades familiares y un compromiso con un hombre cristiano) esto comienza a destruir su reputación. Después de un mes de insomnio y llanto, sus compañeros de trabajo empiezan a especular abiertamente respecto a los motivos de su decadencia física. De inmediato cuestionan su imagen, la acusan pasivamente de indecencia.

Avergonzada, Julia se arma con trampas y venenos, creyendo que las culpables de su tormento son ratas. Experimenta con el antiguo equipo de su padre farmaceutico, buscando el veneno más poderoso para deshacerse de ellas. No logra, aún con todos estos esfuerzos, evitar la pérdida de su trabajo y su relación. El primero por la ineficiencia que la falta de sueño le llevó a tener; la segunda por su actitud errática. Nunca le comunicó a Carlos, su prometido, su problema; le preocupaba demasiado que supiera su casa un nido de ratas, y pensara que era incapaz de mantener un hogar limpio. Siguiendo el consejo de una figura de autoridad religiosa, Carlos rompe el compromiso. Julia está en una desesperación total que rompe a la obsesión, y su trabajo no da frutos.

El final de la historia nos muestra a una Julia completamente entregada a su ilusión de atrapar a las ratas, que prácticamente arruinaron su vida. Una Julia enteramente distinta a la mujer mesurada y racional del inicio. Se convence de que las ha encontrado, en el ropero, y se llena de alegría. Entre risas, fantasea con mostrarlas a todas las personas que pensaron mal de ella. La última frase, desde el punto de vista de su hermana, nos revela que esto en realidad no es más que un descenso completo, nuevamente, a la locura. Cuando Mela llegó, restregándose los ojos y bostezando, encontró a Julia apretando furiosamente su hermosa estola de martas cebellinas. (Amparo Dávila; 1959) 

Este final traza un paralelo con María Camino en el texto anterior, y no es este el único. Planteamos aquí la pregunta, ¿realmente las ratas arruinaron la vida de la señorita Julia? ¿Se las puede culpar completamente de su locura? En realidad no. El tormento de Julia, cómo el de María, inició con el insomnio, pero se agravó realmente tras los juicios de las personas a su alrededor. Le pesaba la opinión que podían tener sus compañeros de oficina de ella, o la que podía tener su pareja sentimental.

Hablamos entonces de una mujer que vive un evento que afecta su salud mental y física, y debe además vivir preocupada de la percepción externa de este evento por parte de las personas en su círculo laboral y personal.

Termina por afectarla en ambas, y es esto, no el evento en sí, lo que la sumerge en una desesperación profunda que la lleva a la locura. Mantuvo una conducta perfectamente alineada con las expectativas sociales-patriarcales que se le impusieron, y al salirse de ellas por un evento fuera de su control de inmediato fue excluida y llevada al límite. Esto, la pérdida de la voluntad, y el deseo implacable pero condenado a la falla de recuperarla que la siguen, evoca las consecuencias de un ataque violento contra una mujer. Esta es una interpretación un poco más extrema; se proponen otras un tanto más sutiles pero igualmente merecedoras de atención. Tal es el caso del análisis relativo a las expectativas reprimidas de ambas protagonistas.

Tanto en el caso de la señorita Julia, como en el de María Camino o en el de Marcela, salta a la vista que se trata de mujeres cuyas expectativas amorosas son reprimidas, frustradas y dolorosas y que, al no poder superarlas o sublimarlas, no hallan más camino que el de la obsesión enfermiza que culmina con la muerte. (López-Morales, 2009)

Sin importar que interpretación se elija, las protagonistas de los tres cuentos visitados hasta ahora tienen dos grandes elementos en común: el terror y el silencio. La mujer en El huésped, con su terror absoluto ante la criatura que la acecha y el silencio que su marido la obliga a guardar al respecto. María Camino con el terror a la celda en la que vive en secreto, al ente que la posee, y el silencio autoimpuesto que le impide buscar otra salida que no sea el matrimonio. La señorita Julia, con el terror nocturno que la mantiene despierta cada noche, el cual debe mantener en silencio, preocupada en extremo por las opiniones que se formaran sobre ella si se sabe. Además, en el caso de las últimas dos mujeres no hay una salida, todo termina en la locura. 

Todas estas mujeres dentro de la narrativa de Amparo Dávila son víctimas. Víctimas de actos más allá de su control. Víctimas de la indiferencia, ya sea de una pareja que no ve cómo se consume lentamente, o de seres desconocidos que las atormentan por la noche. Cada una da voz a estos terrores; vivir con el enemigo, sentirse sola. Hacen al lector sentir en carne propia su lamento, su frustración. Habiendo estado de este lado de la violencia, pasaremos al otro extremo; el de un victimario.

II. La mano firme de la violencia.

La violencia está presente para las mujeres en todo ámbito, incluso dentro del hogar, de lo privado, cómo vimos en el apartado anterior. En Final de una lucha, Amparo Dávila nos presenta un retrato del feminicidio desde la perspectiva del agresor, a través de un elemento fantástico. Este elemento es la dualidad, la separación en dos de un individuo. Durán, el protagonista, está comprando el periódico como cualquier día cuando se ve a si mismo pasar. Va acompañado de una mujer rubia y atractiva. Los sigue, pero no logra alcanzarlos. Esta búsqueda continúa, y en la siguiente ocasión reconoce a la mujer como Lilia, de quién estuvo enamorado en sus años de estudiante. A través de sus recuerdos, narra cómo ella jamás quiso, a su juicio, por su situación económica. 

La había amado durante varios años, cuando era un pobre estudiante que se moría de hambre y de amor por ella. Ella lo despreciaba porque no podía darle las cosas que le gustaban. Amaba el lujo, los sitios caros, los obsequios. Salía con varios hombres, con él casi nunca…  (Amparo Dávila; 1959)

A pesar de asegurar “morirse de amor” por Lilia, esto poco a poco se desdibuja, y deja ver el claro resentimiento que guarda hacia ella por haber rechazado sus avances románticos. Recuerda arrepentirse de salvarla de un ataque violento, cuando eso tampoco logró que ella reciprocara sus sentimientos. Al verla marcharse con otro hombre, comienza a tener pensamientos violentos acerca de ella. 

La vio sentarse muy cerca del hombre que había ido a buscarla, la vio besarlo, alcanzó a oír su risa. Sintió que toda la sangre se le subía a la cabeza y por primera vez tuvo ganas de tenerla entre sus brazos y acabar con ella, hacerla pedazos. (Amparo Dávila; 1959)

A la par que descubrimos la verdadera naturaleza de sus sentimientos, Durán se entera de que su doble vive con ella en pareja. Expresa arrepentimiento acerca de vivir con ella en otro cuerpo, en sombra, ya que en su realidad tiene una esposa, Flora. Se casó con ella, según nos cuenta, con intención de olvidar a Lilia. Esto denota que ve a las mujeres como piezas intercambiables, y no se detuvo a pensar en la felicidad de Flora, ni en el daño le podía causar al casarse con ella sin amarla, ni de lejos. Él se había dejado llevar sin entusiasmo. Pensaba que la única forma de terminar con Lilia era teniendo otra mujer cerca. Se había casado sin pasión. (Amparo Dávila; 1959)

A pesar de esto, asegura querer frenar la doble vida que lleva, por lo que se dirige a la casa que su doble comparte con Lilia. La casa gris. Una vez ahí, se ve por la ventana, a su clon, a su sombra, golpeando a Lilia horriblemente. Intenta entrar a la casa y detenerse, pero para cuando llega es demasiado tarde. Describe participar de una lucha con su otro yo una vez adentro. Esta lucha viene, además, entre imágenes del cuerpo sin vida de Lilia. 

Este relato es un análisis desgarrador de un hombre violento y misógino. Cada línea, cada reflexión, encaja con un aspecto distinto de esta violencia. Su desprecio por Lilia ante el rechazo que ella le hace ver explícitamente. Sus deseos con raíz en la ira. El valor nulo que pone a su vida más allá de ser un objeto de satisfacción para sí mismo, que parece ser un patrón en lo que se refiere a las mujeres en su vida. Su incapacidad de respetar los deseos de una mujer que asegura amar. 

Pero, ¿cómo interpretamos el elemento fantástico? ¿Qué significa la separación del personaje en dos? Se han planteado distintas teorías, cómo la búsqueda de identidad y liberación de emociones reprimidas a través de la otredad.

[…] el encuentro de Durán con su doble en “Final de una lucha” es una búsqueda de identidad del personaje por medio del desdoblamiento en una otredad, pues necesita de la alteridad para reconfigurarse a sí mismo. En el caso expuesto Durán ha condensado en el otro sus sentimientos reprimidos de forma que puede confrontarse con ellos. Sólo de esta forma Durán puede reconfigurar su identidad, pues el protagonista se encuentra aislado en sí mismo. (Gust Meléndez, 2019)

Podemos plantear que el otro Durán sea simplemente un medio para lidiar con la doble vida y el crimen cometido. De esta manera, todos los actos que Durán ve a su doble llevar a cabo son en realidad actos que él mismo perpetró. Se ve cometer estos actos desde una perspectiva externa, ajena, para separarse de ellos. En esta teoría, la doble vida no la llevan dos clones, no la llevan un hombre y una sombra, sino uno solo; el protagonista.  Aquí convergen ambas líneas temporales; no existe en la realidad en que se casó con Flora, ni en la realidad en que consiguió que Lilia aceptara sus atenciones, sino que ambas se unen y se vuelven una.

Esto se vería sostenido por algunos puntos dentro de la historia; cuando la culpa de vivir una doble vida lo rebasa, Durán se dirige a la casa gris con intención de terminarla. La termina, no a base de descubrir quién es su otro yo, sino matando a Lilia. La lucha que lo vemos llevar a cabo sería puramente consigo mismo, dentro de su psique, dónde aceptaría por fin su papel y ambos se unirían. Es así cómo al final se elimina el doble. En las líneas finales podemos ver señales de esta admisión, en la que Durán se sabe culpable. Hacia la medianoche salió Durán de la casa pintada de gris. Iba herido, tambaleante. Miraba con recelo hacia todas partes, como el que teme ser descubierto y detenido. (Amparo Dávila; 1959).

Final de una lucha es un retrato aterrador del agarre firme que tienen la violencia y sus perpetradores sobre la vida de las mujeres. 

III. Después del silencio.

Hablamos ya de los factores comunes que comparten los cuentos del primer apartado dentro de este trabajo; el terror y el silencio. Me gustaría hablar ahora acerca de la diferencia que separa a un relato de los otros dos. Mientras que en La celda y La señorita Julia las protagonistas caen en la locura y no obtienen liberación al final de su historia, la protagonista de El huésped sí la obtiene, aún si sólo es parcial. No deja a su esposo ni se aleja de su ambiente, pero la criatura muere. La personificación de la violencia muere. El círculo se rompe. ¿Cuál fue la clave para lograr esto? La unión con otra mujer. La sororidad. La ruptura del silencio. 

El terror está más vigente que nunca como un sentimiento atado intrínsecamente a la feminidad. El trabajo de Amparo Dávila sigue vigente, y adquiere una nueva relevancia en el clima sociopolítico actual de México. Para la generación feminista que grita “Ni Una Menos” y exige la ruptura del pacto patriarcal, es reconfortante ver su terror, su desesperación, el silencio en el se ha sentido sumergida plasmada tan claramente en estos relatos. 

La narrativa extraordinaria de Amparo Davila no sólo soportó la prueba del tiempo, sino que tiene la capacidad de seguir revolucionando y reflejando las situaciones que viven las mujeres en la actualidad. Hoy más que nunca es importante reconocer la labor de las autoras contemporáneas mexicanas, de las mujeres en la literatura. La labor de las historiadoras y mujeres dedicadas a la literatura que dan a conocer sus obras, los textos que tratan estos temas y nos visibilizan. Es momento de estar juntas, todas aquellas que nos vemos reflejadas en estas palabras, en esa sororidad que nos llevará a la ruptura del ciclo. Las mujeres que conocen el terror como una parte de su vida diaria, las que reconocen sus historias y sus emociones en las que aquí analizamos. Es momento de unirnos y descubrir qué hay después del silencio.

Referencias 

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