A mis amigos
A A. R. H
1
Después de haber ganado un Oscar y de que su carrera como músico despuntara, Jorge Drexler se aisló en la costa de Uruguay, en la reserva protegida de Cabo Polonio. El resultado de ese encierro fue una historia llena de claroscuros que sólo podemos apreciar en el silencio. Once años después, yo escucharía ese disco y me encontraría con mi oscuridad más densa. Conocí, entonces, el lado cruel de mí para conmigo.
Quise cerrar las heridas y terminé abriéndolas, haciéndolas más profundas. Contemplé la formación de las costras y las arranqué. Sentí el pulso metálico de la herida. Entonces, a la manera de Drexler decidí marcharme, me apeninsulé. Mientras volaba de regreso a casa pensaba en los intervalos de la luz del faro en Cabo Polonio.
2
Cuando era niña le temía a la oscuridad y a la ausencia. Nunca dormí a oscuras completamente, mis padres siempre dejaron encendida la luz de la cocina o del baño para que, al menos ese destello, me indicara por dónde soñar. Siempre me protegieron de las sombras. De lo que no pudieron protegerme fue de las ausencias.
Comencé a temer que todos se fueran cuando papá dejó la casa para hacer otra familia. Al principio, pasábamos mucho tiempo juntos en casa de mi abuela; después sólo aparecía para dar dinero un par de veces al mes. Nunca entendí por qué si me quería tanto, tenía que irse siempre.
Quizás sigo siendo una niña que no sabe decir adiós.
3
Hablo de mis miedos. Escribo sobre ellos para defenderlos de ti. Te hablo, Abraham, no para que lean tu nombre sino para enfrentar el miedo de decirte y descubrir que ya no dueles. Salgo del silencio oscuro y te digo frente al espejo, te disuelves. Hace unas semanas Valeria Guzmán publicó un texto titulado El proceso de deshacer, en el que desenreda el caos tras las separaciones amorosas y muestra que al final de ese entramado, estamos todavía. Leer a Valeria me ha dejado claro que uno tiene que nombrar las cosas para que existan, pero también decirlas para deshacerse de ellas. Es por eso que ahora hablo y escribo de ti.
4
¿Recuerdas el principio? También sonaba una canción de Drexler. Habitación 316 fue nuestro himno entre besos y risas. Luego vino la distancia, a la que combatimos con playlist y menciones en tu programa de radio. Después de todo, el amor venció. Más de dos años de distancia nos separan de ese punto, y aunque las calles por las que andamos siguen igual, ya no somos los mismos.
Ahora sólo vivimos en las cartas.
5
Este año te dije adiós sin saber cómo hacerlo. Me obligué a encontrar el camino de regreso a tientas, con miedo de caer al siguiente paso. Esta es la primera vez que te escribo desde hace mucho. Quizás pienses que miento, que he escrito más cartas y te he buscado algunas veces, pero no. Desde la última vez que nos leímos no he hecho más que explorar mi oscuridad hasta escuchar sus pulsaciones, encontrar su ritmo, tararearla. Porque ahí a donde me fui, también se fue tu nombre.
6
Tengo intenciones de ir a Sudamérica el año que viene y conocer el faro del que habla Drexler en ese disco. El título refiere al tiempo que tarda la luz del faro en dar una vuelta completa, organizando luz y oscuridad en intervalos de doce segundos. Esa información, en el plano real, es de vital importancia para la supervivencia de las embarcaciones que se aproximan al puerto. Yo era, en aquel momento, un navegante buscando el pulso de la luz.
7
Terminé de quebrarme en los brazos de mis amigos, que hicieron una fiesta sorpresa para celebrar mi regreso. Luego, me sumergí en las profundidades de mi corazón tratando de encontrar un principio en el caos que ya era todo. Te habías ido, me había ido de tí y del nosotros. Por esos días leí un poema de Derek Walcott:
you will love again the stranger who was yourself.
Me pregunté cómo eso podía ser posible, cómo podía esta versión de mí ser la verdadera.
Leí tu última carta: volverás a ser feliz, volveremos a encontrarnos, el amor nunca se acaba, sólo toma formas distintas. ¿Podías saberlo? Lo único cierto en ese momento, para mí, era lo que Pessoa le escribe a Ophelia, también en su última carta:
El tiempo, que envejece las caras y el cabello, también envejece, pero aún más de prisa, las pasiones […] Las criaturas superiores […] no pueden creer que el amor dure; cuando lo sienten acabado, no se engañan interpretando como amor la estima o la gratitud que él ha dejado.
Lo único cierto era que ya no habría más cartas en las cuales habitar.
8
Durante mucho tiempo entendí la oscuridad como vacío. Abrir los ojos a mitad de la noche y no saber en dónde estaba, si acaso seguía viva, era de mis mayores miedos irracionales. Por eso nunca dormí fuera de casa, me daba vergüenza admitir que sentía un miedo tan grande por algo tan tonto. Buscaba siempre el cobijo de la luz, tener algo a lo que aferrarme para comprobar mi existencia durante el sueño. La incertidumbre, ahora lo sé, era mi mayor monstruo.
9
La voz de Drexler comienza luego de unos sonidos que vuelven cada doce segundos, como la luz del faro. En plena oscuridad, bajo el cielo estrellado de nuestro silencio, siento el vaivén de la embarcación sobre el agua. Quiero volver a mí pero no me esfuerzo del todo. Escucho su voz: lo único cierto es que no hay certeza. Me cuesta aceptarlo, pero voy aprendiendo cómo adaptarme al ritmo, no me averguenzo si me desfaso un poco. Nadie está aquí más que yo.
10
Te escribo desde la intuición del navegante que pretende acercarse a puerto seguro. Desde las cosas que reconocí para volver a amarlas por mí misma y no por lo que fueron para nosotros. Ya lo dijo Juarroz, hemos amado juntos tanto que es difícil amar por separado. Escribo desde los últimos días de este año claroscuro, quizás más desde la última palabra. Escribo desde el instinto de conservación que solo se encuentra cuando no hay nada que nos ilumine de vuelta hacia nosotros. Escribo desde la oscuridad de tu nombre, desde mis miedos, desde mi constelación de agua. Escribo desde mi amor.
11
Muchas veces no entiendo las cosas que pasan. El tiempo y la distancia no son una garantía del esclarecimiento de los hechos. Leer poemas, escribir cartas, escuchar canciones. Todo lo que alguna vez amé ahora duele. Luego de tanta luz, es normal tener miedo a la ausencia. Decir adiós siempre duele de formas distintas, quizás por eso Cerati dice que crecemos, porque nunca se aprende el modo adecuado de despedirnos.
Luego lo sabrás.
12
Quizás Drexler nunca sepa que once años después de su experiencia en Cabo Polonio su música sería mi tabla de salvación. Sus letras y las manos que alcanzaron a compartir en silencio la oscuridad desde donde les hablaba, fueron guiándome en un tramo existencial en donde los ojos y la razón, salieron sobrando.
Si algo entendí es que la oscuridad es otra forma de la ausencia. Y aunque también es vacío, llena los espacios en donde faltaba tu voz y tu cuerpo, Lennon durmiendo entre nosotros, los abrazos. Llena más no sustituye. La luz, de pronto, pulsa como un relámpago a mitad de la noche.
Ahora estamos lejos y somos otros. Creo que alguna vez hablamos de que 12 segundos de oscuridad era el disco de Drexler que menos me gustaba. No es fácil hablar de los miedos y mucho menos mirarlos a los ojos. No es fácil tomar nuestros fragmentos y honrar las cicatrices que nos quedan después del amor. Muchos años después de temerle a la oscuridad hoy puedo dormir sin la presencia de la luz, aunque la prefiero. Es gracias a la penumbra que hoy la casa está llena de luz.
Bonus track
No quiero que lleves de mí nada que no te marque, dice Drexler. Marcaste mi vida y el amor que soy capaz de sentir, y ahora puedo decirte sin dolerme. Te escribo, pues, Abraham para decirte y dejarte en el punto de tiempo en donde debes estar. Te escribo desde una cicatriz que he aprendido a amar con el paso de los días y desde una postal sonora desde el día que me encuentre en Cabo Polonio pensando en el tiempo que he dejado atrás.
12 segundos de oscuridad de Jorge Drexler

Feministas haciendo contenido. Escucha nuestro podcast: Lo que callamos las Violetas.
Increíble texto. ¡Gracias por compartir!