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Un día de mi vejez seré la llorona,

las lágrimas ararán surcos en mi rostro

y el dolor contenido tanto tiempo

se verá al fin liberado.

Cerraré puertas y ventanas

para poder disfrutar en la intimidad

mi tan esperado encuentro con la muerte.

Una vez alejada del mundo

daré el control total a la memoria

y aquellos recuerdos atrapados

reinarán sobre mi persona.

 

Clamaré mi dolor.

Gritaré.

Le reclamaré al Dios que una vez fue mío

y al que en un momento de lucidez

negué no tres veces, sino mil.

 

Me desharé en llanto por los hijos que no tuve

pues los asesiné desde mi infancia.

Por el amor propio, que me negué

y por el ajeno del que huí.

Por saberme sola en este mundo

y por saber que fue siempre mi elección.

 

Enloqueceré y me golpearé contra las paredes

me arrancaré los cabellos, rasgaré mi piel,

para descubrir al arrancármela

que en vez de sangre y órganos

estoy llena de agua y sal.

 

Bramaré convirtiéndome en tormenta

y disfrutaré de mis truenos y relámpagos.

Con cada recuerdo por fin lamentado

el desenfreno irá en aumento,

hasta llegar a un punto sin retorno

y cerrar la noche para siempre

en un acto violentamente placentero.

 

 

 

 

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