Por Alina Hernández
Siempre he sentido la necesidad de huir. Escapar a lo que creo que soy. A los 10 años, comenzó mi adicción por imaginar cada viaje como un espacio para jugar a ser aquello que no podía ser en mi cotidianidad. Lo desconocido representaba una oportunidad para imaginar aquello que me gustaría ser y en lo que me gustaría convertirme, era un lienzo sobre el cual podía delinear las formas de mi identidad. Conforme fui creciendo, los viajes abrían mis ojos y mis sentidos, comprendí que el mundo tiene muchos más colores y matices que cualquier ficción podría hacerme imaginar.
Y aunque siempre he sentido una fascinación por ésta última, cada vez que viajo… ¡¡PUM!!
Pucallpa, Perú, Marzo 2017.
Estoy viajando por Sudamérica junto a mi hermana. Ella quiere quedarse más tiempo en la Amazonia mientras yo deseo irme al desierto. Después de pensarlo, decidimos separarnos y encontrarnos más adelante en el camino. Tomo mis cosas y me voy a Tingo María, una pequeña ciudad a las orillas de la selva. Estoy viajando sola por primera vez, pero no por mucho, porque en el camino conozco a Jean, una amiga taiwanesa que lleva meses recorriendo Sudamérica por su cuenta. Nos acompañamos durante siete días, reímos mucho y tenemos uno que otro shock cultural. Finalmente nos separamos y me dirijo a Ica, en donde me quedo unos días sola y contenta.
Durante cuatro meses viajo y la cantidad de mujeres que van solas me sorprende y me inspira. He escuchado y leído tanto del peligro que imagino que pocas se atreverían a hacerlo. Ellas, las que caminan con los sentidos abiertos y presentes.
Puerto Viejo, Costa Rica. Octubre, 2018.
Por segunda vez viajo sola. Libre. Sin deberle nada a nadie. A mi ritmo y con mis decisiones. Voy a la playa, descanso, miro a mi alrededor y no soy la única mujer sin compañía. Me alegra, el sol me calienta los pies. Los entierro en la arena y me siento tranquila. Mientras me hundo en los sonidos de la selva, mi mente divaga y pienso en la cultura del miedo, esa que se alimenta de nuestras potencias, bombardeándonos de noticias que nos paralizan, dejándonos asustadas y frías. Pienso que de ahí hay que alejar todos los sentidos. Quiero imaginar, producir y reproducir un imaginario en donde tomamos lo que es nuestro: el derecho de salir al mundo y confiar en el poder que tenemos para caminar sobre nuestros pies. Pienso: “El peligro es real, pero lo es en mi casa como fuera de ella. Y sé que quedarme en ella no me salvará. Si me quedo, me perderé de todo aquello que se encuentra del otro lado, toda yo que se encuentra de aquél lado”.
Viajar sola es conmigo y para mí. Es la libertad de decidir el ritmo, lo que experimento, los caminos que recorro. Es un espacio de libertad y de empoderamiento, un acto que contradice afirmaciones e ideas atemorizantes.
Resulta fascinante recorrer caminos desconocidos, ajenos, pero que tiene siempre algo familiar; caminos que me hacen narrar de formas distintas aquellos que ya conozco, mostrándome otras formas de ver y habitar el mundo. Estos dos viajes han sido la oportunidad de reconocer y darme cuenta que no estoy sola porque a mi alrededor siempre hubo siempre otras mujeres caminando, muchas veces nos ayudamos y muchas veces nos acompañamos.

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