Por Jess Ayala

Estoy segura que colectivamente coincidimos en que el 2020 será un año inolvidable. Estos últimos 10 meses nos han enseñado lo irónica y culerita que puede ser la vida, al “enviarnos” un virus mortal y obligarnos a pausar la manera tan acelerada en la que estábamos viviendo. Sin “querer queriendo” tuvimos que detener casi todo por unos meses y lidiar con las consecuencias económicas y también emocionales de un encierro que nunca nadie esperó.

Y partiendo de las emociones con las que me ha tocado lidiar en esta pandemia, quiero enfocarme en una en particular, así es, La Tristeza. Antes de todo este caos del Covid-19 yo tenía una estrategia muy firme para no lidiar con ella: ignorarla. Qué curioso es darte cuenta que sabes muy bien estar molesta, estar muy feliz e incluso hasta ansiosa. Es aún más curioso lo que hacía para evadirla: salir de fiesta, tomar, comprarme cosas, y cuanta cosa superficial se les ocurra. Ah, porque claro, después de terapia ya sé cómo re pensar lo que pienso para contrarrestar la ansiedad así como evitar a toda costa mentarle la madre a quien me hace enojar, pero la incomodidad que causa sentirse triste me sobrepasa de muchas maneras, ¡no sé cómo estar triste! Me desarma y al final le abre las puertas a la vulnerabilidad. 

La vulnerabilidad es una pesadilla para las personas que como yo, han construido un muro a su alrededor (incluyendo a quienes aman) para jamás poner en palabras lo que están cargando en su mente y corazón. Implica mostrarte y vivir en tu estado más bajo de energía que puede durar días, semanas y si se prolonga incluso podría llegar a convertirse en algo más grave, como una depresión. No soy psicóloga y no pretendo que este texto sea un manual anti sadness, yo solo les vengo a decir esto: me harté de esconderme. Porque adivinen qué, le pueden mentir a todo el mundo, menos a ustedes mismos. Además, estamos sobreviviendo a una pandemia y en buena onda, ¿quién se quiere seguir mintiendo a sí mismo? Ya aprendí, a la mala, que hay mucha más fortaleza en pedir ayuda, querer sanar y mostrar tu verdadero yo que en seguir escondiéndose. 

Así que ahora me propuse enfrentar LA TRISTEZA, así en mayúsculas porque parece tan imponente e insiste que pues va, acepto el reto y ahora me permito ser vulnerable. Aceptarlo con todo y la lloradera que a veces no da tregua (ni cuando lavo platos) y sobre todo poniéndola en palabras:

OIGAN, ME SIENTO TRISTE.  

y me choca como no tienen idea, porque es muy incómodo, porque me quiero reír, pero sé que tengo que enfrentarla. Si pudiera ejemplificarla de algún manera diría que es como cuando tienes que llamar al Banco porque hubo un problema con tu tarjeta, te dices: “no mames, qué horror, no quiero llamar, qué huevaaaaaa” pero SABES que lo tienes que hacer. No hay de otra.

Y esto que siento se lo voy a contar a mi psicóloga y se lo voy a contar a mi mamá, a Carol y a mis amigas. 

A quién quiera escucharme y apoyarme.

Trabajaré en esto lo mejor que pueda. 

La paz y tranquilidad que me da el hecho de afrontar LA TRISTEZA vale oro. Me lo merezco, merezco tranquilidad en un año tan difícil.

La verdad es que estar triste es todo un pinche arte pero esta vez no me voy a dejar. 

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