Por Victoria Seshat. 

En el marco del escándalo de Harvey Weinsten y su larga carrera cinematográfica en Hollywood y en los abusos sexuales a actrices, llega la oportunidad de hablar de un polémico libro que aborda el virulento juego de la ascendencia hacia la fama y cómo éste se basa en la objetivación de la mujer.
Irving Wallace, desde los años 70’s, se ha inventado varios protagonistas que encarnan figuras poderosas y famosas, cuyas historias hacen énfasis en el baile de los artificios, la ambición, el ego y la fragilidad humana que construye ese perfecto e inalcanzable mundo de la farándula y cómo ésta es percibida por los «mortales” (todos los no famosos). Ya sea a modo de crítica o como expresión de su admiración, Wallace retrata con crudeza el hecho irrefutable que, dentro de esas figuras idealizadas y mundialmente deseadas, existen personas como cualquiera de nosotros, con la diferencia de que se han atrevido a jugar este peligroso juego.
“Fan Club” va un poco más allá: Sharon Fields, la sex symbol más perfecta y candente que ha podido existir, de pronto es raptada por cuatro admiradores que desean hacer realidad todas sus fantasías sexuales con ella.
Tal cual.
El Club de Admiradores
Wallace representa los máximos conceptos de la cultura de la violación, el machismo, la objetivación de la mujer y todo lo enfermo de la sociedad en solo cuatro personajes unidos por el mismo irrefrenable deseo de poseer a Sharon Fields:
-Adam Malone, “El Soñador”: un escritor que se considera a sí mismo la máxima autoridad sobre la actriz, ha leído, escuchado y visto todo con respecto a ella, su departamento es un altar a Sharon y está seguro de saber lo que piensa y lo que siente. Su indudable amor verdadero lo lleva a idear el plan para poder tenerla y adorarla como se merece, como sólo él es capaz de hacerlo.
-Kyle Shively, “El Malo”: un mecánico con una vanidad sexual gigantesca y un complejo de inferioridad al mismo tiempo, esto se demuestra en una misoginia terrible, es rencoroso, violento, acosador y no soporta las negativas, menos de las mujeres de mejor posición social cuyas declinaciones interpreta como desprecio a su oficio o economía.
-Leo Brunner, “El Tiquismiquis”: más de 60 años, casado y sin hijos, viviendo bajo las recomendaciones de su mujer en cualquier aspecto, un flacucho tímido y perdedor que ha reprimido sus deseos sexuales durante mucho tiempo y siente una enorme culpa por experimentarlos, pero eso no le impedirá convertirse en un abusador más del club.
-Howard Yost, “El Vendedor”: agente de seguros, más de 40 años, casado y con dos hijos adolescentes. Su vida es monótona y aburrida, su mujer ya no es cálida ni sensual, sus aventuras son insuficientes y se siente justificado al tomar a una mujer por la fuerza por el simple hecho de tener “un largo historial de amantes”.
Sharon Fields, la diosa de la sexualidad
“No me importa que se me acuse de ser fascinante y de poseer atractivo sexual. Sin embargo, ello lleva aparejada una carga… la gente da por sentadas muchas cosas y espera mucho a cambio de muy poco. Un símbolo sexual se convierte en una cosa. Y yo no quiero ser una cosa.”
La rubia más despampanante de Hollywood, con medidas de 95D-60-93 y una carrera estrepitosa basada en su mejor atributo: su sex appeal. Joven, hermosa, atrevida, adorable, abierta con respecto a su intimidad y de opiniones fuertes en torno a la liberación de la mujer. Su filme “La Prostituta Real” está por estrenarse, sus imágenes semidesnudas tapizan miles de lockers, paredes y murales. Su nombre reluce en carteles y revistas, los hombres darían lo que fuera necesario, todo lo que tienen y todo lo que pudiesen llegar a tener por una sola noche con ese “tremendo bocado”. Y lo mejor de todo: ella ha declarado que busca hombres de verdad, que sean valientes y se arriesguen por ella, que se impongan y la conquisten. En otras palabras, ella está invitando a que cierto club de admiradores la secuestre.
En la ficción esto podría suponer una aventura erótica, la narración de la máxima fantasía de millones de fans alrededor del mundo con la artista de su preferencia (en este caso un alter ego de Marilyn Monroe), pero no, Wallace definitivamente tiene otros planes.
Todo comienza a derrumbarse cuando la premiada actriz revela, estando atada de manos y muy lejos de la civilización gracias al estupendo plan de sus fans, que aquella figura anhelada es una farsa, un teatro de la mercadotecnia con el que nunca estuvo de acuerdo, pero que de todas formas aprovechó para catapultarse a la cima. La verdadera Sharon Fields no es más que una chica que siempre vivió desprotegida y hundida hasta que, por azares del destino, tuvo una oportunidad para convertirse en actriz. Su búsqueda de dinero y fama tenía el máximo fin de alcanzar la libertad y la seguridad; reconocía que los hombres la habían usado y explotado infinidad de veces y que ella también los había usado para escalar, su sexualidad le era indiferente, una moneda de canje más, pero había albergado la esperanza de que algún día podría salir de ese vicioso mercado, ser dueña de sí misma y así al fin disfrutar de intimidad verdadera y valiosa.
Sin embargo, fue atrapada, humillada y ultrajada, devuelta al lugar del que huía porque al cuarteto no le importó nada de eso, a pesar de que no fuera parte del plan original (de verdad creyeron que ella accedería a pasar unas vacaciones afrodisíacas con ellos), consumarían el delito por el que habían arriesgado todo: sí, la violan repetidas veces, uno detrás de otro hasta el hartazgo.
Hombres normales, sólo tomaron la oportunidad
Dejando de lado que el solo acto de secuestrar a una persona es terrible, la transformación de cuatro sujetos “comunes” a violadores brutales que terminan sentados alrededor de una mesa para valorar “el desempeño” de su víctima como si de una lavadora se tratase, se percibe como lo más verosímil de toda la novela. Lo hemos visto innumerables veces en la vida real, para nuestra desgracia. Todos ellos tienen una excusa: “El Malo” cree que las mujeres son unas perras y le dará su merecido por creída; “El Soñador” retuerce ese amor incondicional que profesaba y está viviendo su fantasía; “El Tiquismiquis” por fin tiene la oportunidad de vivir algo increíble, aunque muera de vergüenza y “El Vendedor” se considerará uno más en su haber, nada grave que lamentar para él o ella.
Todo esto en el contexto de una sociedad machista que no hace más que justificarlos, de retratarlos como personas comunes que han cedido a la tentación y que han hecho lo que cualquier hombre hubiera hecho de estar en su lugar. Desde el inicio del libro, durante toda la cavilación de aquel plan minucioso para el secuestro de tamaña figura pública, relucen todas las desventajas que tenemos las mujeres sin importar el ámbito en el que nos desenvolvamos: los prejuicios, la inefectividad de las autoridades cuando de injusticia de género se trata, la culpabilización de la víctima, el “bien conocido” descontrol sexual de los hombres, la obsesión de los medios con la belleza y la creencia de que una mujer sexualmente libre tiene mayor necesidad de varones que las mujeres “normales”. Cada uno de estos puntos termina por convencer a cuatro hombres cualquiera de que estarán a salvo y podrán lograr su cometido.
¿Y por qué habríamos de leer un libro de 1974 que representa una espantosa realidad que no ha cambiado desde su publicación? Porque no podemos abandonar a Sharon, porque somos ella de una u otra forma, en otros contextos y temporalidades seguimos siendo violentadas. Y más que nunca somos ella cuando está ideando una estrategia para escapar que tiene todo que ver con la interpretación de la mujer que esos retorcidos desean. Para manipular a sus captores y poder salir viva de ahí no tiene otra alternativa que jugar la partida y convertirse en la puta reprimida o la ídola soñada y perfecta o la mujer hambrienta o la que fuera para sacarles información a cuenta gotas, plantarles ideas en las cabezas y ponerlos unos contra otros. Sharon Fields hará gala de un talento mortal impulsado por sus viscerales ansias de venganza, y todas estamos con ella.
Con el mismo asco que la protagonista lucha por su sobrevivencia a manos de psicópatas o “hijos sanos del patriarcado”, nos damos cuenta de que esto pasa en la vida real, que es cosa de todos los días. Es un sistema de inmensa crueldad e impunidad que nos orilla a todas a jugar la partida si queremos estar en paz, si queremos, tal y como Sharon, hacernos de fuerza y poder para ser libres al fin. Las mujeres somos vulnerables en cualquier ámbito, la fama y el dinero no nos libran del abuso y la cosificación, al contrario, lo multiplica y lo justifica. Pero las víctimas no se vuelven menos inocentes por la exposición de su vida a nivel mundial o por cómo disfrutan su sexualidad, ellas siguen sin quererlo, su no es igual de válido y es escalofriante que en su lucha no puedan confiar que su dinero, contactos o fama les ayude como armas para defenderse porque los criminales también las blanden para herirlas.
La mejor forma de combatir este gran panorama del que todas las mujeres somos parte y en el que de la misma manera somos abusadas, explotadas y desechadas, es respaldándonos las unas a las otras, no importa la situación, no importa la clase social o la cuenta bancaria o si han servido al machismo de alguna forma, nuestras voces necesitan unirse, porque debemos recordar que por cada Sharon que ha sucumbido al sistema hay miles de hombres haciendo dinero, logrando el poder y continuando con nuestra sumisión. No podemos seguirlo permitiendo, estamos cansadas de estar acorraladas y llegó nuestro turno de hacer nuestra movida en esta partida.
Fan Club
Autor: Irving Wallace.
Año: 1974.

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