Por María Jesús Méndez
Empezaré diciendo que amo tomar talleres de escritura. Creo que en ellos encuentro las herramientas para empujarme a escribir y hacer estos ejercicios que no me atrevo a llamar textos terminados porque siempre siento que les falta mucho para ser dignos de ser leídos. Sin embargo, amo estar siempre en la búsqueda y el trayecto me transforma. Este camino inició en 2010 cuando tomé mi primer taller: «Hacia la creación literaria», impartido por Patricia Garfias, fue la primera vez que de manera formal pensé que era capaz de crear, de escribir. Ya no recuerdo cuáles textos dejé en el cajón, solo sé que me dio la oportunidad de identificar dónde me sentía cómoda: la narrativa, el cuento. Fue ahí cuando me atreví a explorar e intentar articular una historia.
Desde entonces, siempre que podía inscribirme a un taller, lo hacía. Una de las problemáticas a las que me enfrentaba eran las prisas de la salida de la oficina para llegar al lugar del taller, generalmente en el centro de la ciudad, así como dedicar el tiempo a los trabajos o actividades que asignaban. Por lo que, en ocasiones, también confieso que no era la mejor alumna, a pesar de eso, salía maravillada de leer a las otras personas, y de conocer a distintas voces que las talleristas nos compartían, eso enriquecía mi trayecto.
Hacemos un salto cuántico hasta marzo 2020, inicio del año pandémico, el mundo se nos fue de cabeza. Entre el encierro y la difuminación de la línea que marcaba la vida laboral y personal, ya no veía mi esquina. De primavera a inicios del verano me entretuve creando contenido para una radio por internet, ya sea para hablar de feminismo con mis amigas o mi one woman show sobre series.
Debido a que descubrí que no era un espacio seguro, decidí alejarme, lo que trajo un enorme vacío en mi ser creativo. Quiero explicar en este punto de mi necesidad de expresión: mi trabajo profesional acapara la semana. Es un gran productor de estrés ya que es impredecible, demandante, tanto en tiempo como mentalmente, así que me hace bien contar con un espacio que me permita disfrutar de hacer otra cosa. Ya sé, me dirán haz ejercicio, medita y muchas sugerencias más, pero escribir, o crear contenido es ese distractor que me hace sentir que puedo tener el control sobre algo. En este caso un texto y construir historias y sacar palabras de mi cabeza me resulta reconfortante.
Entonces llegó Matria
Conocí por redes sociales a Claudia Velázquez, @Nyappy porque quería entrevistarla para mi one woman show acerca de la representación de la comunidad LGBTQ en las series, sin embargo, al dejar de crear contenido, ya no se pudo concretar. Llegó agosto y continuaba sin poder retomar ese motor que me impulsaba a crear, haciendo scroll en facebook vi la invitación para leer autoras en el taller: «Las que nos dieron Matria literaria, escritoras contemporáneas Vol. 1». Ocho autoras para leer: Elena Garro, Fernanda Melchor, Amparo Dávila, Guadalupe Nettel , Josefina Vicens, Liliana Blum, Guadalupe Dueñas y Brenda Navarro (disculpen mi orden arbitrario). Si eso no era suficiente para decidirme a entrar, lo fue la manera en la que Claudia explicó las formas de pago: leerle un libro (por mensajes de audio) y discutirlo con ella, regalarle un libro que le pudiera interesar, trueque de algo en especie y por último dinero. Esa claridad con la que afirmaba que: «la cultura debe estar al alcance de todos y no debe ser un privilegio», me dio mucha esperanza –en ese mundo que sentía que se caía a pedazos– la isla de contención que se volvió, tiempo después para mí, Matria.
Con dos sesiones a la semana de agosto a finales de septiembre fuimos en promedio 12 personas leyendo y creando textos a partir de las lecturas. La dinámica era la siguiente: dos sesiones por autora, la primera era la presentación de la biografía, lectura en voz alta de forma colaborativa de textos seleccionados y, espacio para comentarlos. En la segunda sesión, la lectura y comentarios de los textos escritos por las participantes que resultaban de una consigna relativa a lo más representativo de la autora leída.
De las 8 autoras, solo conocía previamente a: Elena, Fernanda y Brenda. Conocer a Amparo, Josefina, las Guadalupes y a Liliana quien, por cierto, amablemente nos acompañó como invitada para platicarnos de su obra –donde tuvimos la expresión máxima de nuestro fangirleo– y aunado a eso, compartir con estas otras 12 voces, que se volvieron cercanas; por la honestidad en sus textos, por la sensibilidad al comentarlos, por la calidez al escuchar, acuerparon en la distancia a mi persona. Parafraseando a Diana del Ángel, me hicieron casita.
Las autoras que leíamos en cada sesión contribuyeron a esa sensación de hogar. Solo por dar unos ejemplos: pude compartir la desolación cuando Milton y Greta junto con sus cachorros deciden irse en “Felina”, sentir la soledad que se entreteje en las historias de mujeres que sólo tienen en común el encontrar un libro perdido, asombrarme de cómo se puede hablar de viajar en el tiempo describiendo sólo cómo la luz se parte y así Laura se convierte en esta mujer atrapada en dos dimensiones, comprender que los zapatos pueden ser infinitos, pero que eso no es necesariamente sinónimo de felicidad y entender cómo sentirse atrapada en un lugar en el que no quieres estar con solo decir un nombre, Oscar.
Las reuniones por Zoom o Google meet acortaron las distancias. Adiós a las prisas para llegar al centro de la ciudad, bienvenidos los: ¿Hola, me escuchan?, ¡pinche internet es la tercera vez que me saca! Y esto solo fue el principio para mí, después me vería tomando clases de inglés en línea o talleres que antes solo veía que ocurrían en reuniones presenciales en CDMX y pocas veces tenía acceso a ellos. También empezaron a llegar más conferencias de escritoras que admiro mucho en ferias de libros en línea, tan es así que ahora espero seriamente una curaduría de todas las charlas maravillosas que se han dado a lo largo de este tiempo en el que las circunstancias nos orillaron a encontrar otras formas.
Sé que hablo desde el privilegio, sé que para muchas madres de familia y quienes están en edad escolar no ha sido lo mejor estar varias horas conectadas frente a una pantalla. Tal vez para mí la transición fue distinta porque ya pasaba de por sí muchas horas trabajando de esa forma, así que solo hablo por mí e invito a quienes tengan circunstancias similares, a encontrar un grupo de amigas con quienes compartir el tiempo en línea usando como pretexto la lectura de un libro. Háganlo, coincido con el dicho ya popular; las amigas salvan y, un taller de lectura sólo es la puerta de entrada para que la red de apoyo se extienda hasta donde tu corazón tenga cabida.

Feministas haciendo contenido. Escucha nuestro podcast: Lo que callamos las Violetas.