Por Narela Garcete
A mis 21 años de vida, decidí viajar. Me invadió la curiosidad antes que el miedo. Había terminado mis estudios y ansiaba aventura. En cuestión de meses saqué mi pasaje. No conocía otro país. Soñé lejos. Viajé a México, mi primer amor… Cuatro meses fuera de casa. Cuatro meses recorriendo México, Cuba y Guatemala. Si, agregué dos bellezas más. La experiencia me hizo aprender que el viaje fluye al ritmo de la intuición. No siempre todo sale como planeamos y las sorpresas pueden ser lo mejor de nuestro viaje.
Salí del país con dos valijas pesadas. Mi idea original se modificó y me compré una mochila tamaño “mochilera” con la que hice prácticamente toda mi aventura. Camas nuevas, desayunos locos para mí, caribe puro a mis ojos, culturas que me intrigaron, amigos del mundo, todo esto se volvió mi nueva vida en aquellos meses.
A veces con miedo, otras con confianza pero siempre atenta a mi olfato.
Este viaje fue realmente de ida porque el plan más grande que existe en mi cabeza ahora es viajar.
Sin darles más detalles de cómo me decidí a salir, tan lejos de casa, siendo mujer, tan chica a un país “peligroso” y demás palabras que aparecieron a días de irme, les dejo mis líneas. Escritos que florecieron en algún momento y que insistieron en quedarse conmigo. Hoy, comparto con ustedes los regalos que me trajo el viajar a mi vida, animándolas a salir al mundo.
Tantas cosas te puede dar un viaje, tantas cosas se ganan. Momentos, risas, pruebas, desafíos, confianza. Todos los días son un nuevo comienzo, un nuevo descubrimiento: de uno mismo. De que nos gusta, que no, de que es lo que queremos en nuestras vidas.
Todos los días son diferentes. Distintas charlas, comidas, aventuras, transportes y hasta distintas personas, quizás. Uno se mueve diferente. Uno es diferente pero lo más parecido a uno mismo.
Cuando viajás no existe el reloj. El tiempo pasa en su mejor forma, y es ahí donde te detenés y pensás que tu vida debe ser así siempre o por lo menos la mayor parte. Y te preguntás que anduviste haciendo antes, con que te estabas distrayendo que no estabas ahí, viajando.
Lo que te importa ahora es llegar a tiempo para ver el atardecer, despertar lo más temprano para seguir caminando, tratar la manera de llegar a ese lugar, probar tal cosa. Quizás los lugares estén representados por personas, ocupan un gran lugar las vivencias. Los viste uno, dos o más días, puede ser que no los vuelvas a ver, pero ¿quién sabe? Viviste con ellos casi o como una familia. Te ponés mal cuando se van, recordás anécdotas, noches, tardes, desayunos.
Vivís el otro. Captás otros mundos, otras realidades lejos o más cerca de la tuya. Y cuando menos lo pensás… ¡Ups! Otro amigo nuevo. Y así.
Viajar es libertad. Libertad de ir donde tu corazón quiera. Uno va y se deja llevar. Fluir, volar. Ya nada está mal si nos decidimos a movernos con el alma.
La música viene también. Está siempre con nosotros al punto de escucharla y volver a ese lugar, a esos momentos.
Todos los días son posibilidades. Todos los días son regalos. Todos los días flotamos en una gran inmensidad.
Ahora ya cambiaron nuestras prioridades. Y eso es para siempre. De ahora en más vamos a querer llegar. No importa que pase en el camino. Queremos estar ahí, arriba. A partir de ese momento queremos hacer lo que nos deja plenos, lo que nos abre, lo que nos hace feliz.
Y vemos que ese momento es hoy. Demosle la posibilidad de ser felices.
De mi corazón al tuyo.
Narela Garcete.
Buenos Aires, Argentina. 23 de Noviembre de 2018.