Llevo prácticamente 8 meses en Campeche. Me mudé en febrero. Viví casi 8 años en Mérida, así que tiendo a comparar muchas cosas en las dos ciudades. No me juzguen por favor. Amo las dos ciudades, pero debo admitir que en Campeche he recibido más acoso del que recibí en Mérida. En Mérida vestía de pantalón, tenis y playeras, evitaba las faldas, vestidos o blusas que mostraran mis hombros pues usaba el transporte público; además, era otra etapa de mi vida, era universitaria. En Campeche, visto de pantalón, blusas típicas, vestidos, faldas y blusas formales. Soy oficinista, trabajo para una dependencia de gobierno y la vida universitaria es ahora una parte de mi pasado.
Para trasladarme a mi trabajo camino por una de las avenidas más importantes de la ciudad y atravieso uno de los circuitos más concurridos, para luego adentrarme al centro histórico a través de la Puerta de Tierra y camino sobre la calle 59. ¿A qué quiero llegar con esto? La distancia entre la oficina donde trabajo y mi departamento es muy corta. Pero no libre de acoso.
Comencemos por el acoso que se vive dentro de la oficina, ese acoso silencioso y de miradas. Primero, cuando uno llega al área administrativa para dejar los documentos personales, se enfrenta a las miradas de todos los que ocupan esa área. Sin embargo, dos miradas provocaron incomodidad, provenían de dos hombres. Con el paso del tiempo y el trato vas conociendo a los individuos. No son malas personas, sin embargo, una parte de su educación les lleva a comportarse de manera irrespetuosa e irreverente hacia el sexo femenino: muchas veces he visto cómo, ante mi presencia, se expresan de las mujeres que miran al pasar, cómo hablan de ellas o cómo las miradas prácticamente desnudan a la fémina. Sí, todo ello ante mi incomodidad y ante el recuerdo de aquel día. No ha servido de mucho expresar dicha incomodidad, sin embargo, ahora es poco común que ellos se expresen de manera vulgar de una mujer ante mi presencia.
Segundo, el acoso que uno vive mientras camina. Es quizás el más común que vive una mujer. Siempre está en mi pensamiento: es mi cuerpo, soy libre de vestirme como desee, de sentarme con las piernas abiertas, de doblar las piernas. Pero parece que afuera no es así. Justo antes de llegar al circuito que atravieso para entrar al centro histórico de la ciudad, hay un puesto de periódicos de mi lado izquierdo; del lado derecho se encuentra el edificio del que fuera el hospital general, ahora convertido en las oficinas de Servicios Amigables para adolescentes. Justamente ahí, entre el edificio del hospital y el puesto de periódico, he sido acosada con las frases: “qué hermosa estás”, “qué chula te ves”, “dame un besito con tus labios rojos”, “estás rebuena”. Y si me va bien, hay un silencio que clava sus miradas en mis caderas. Y es que no hay un respeto: vaya con vestido, pantalón, falda o que porte el uniforme institucional con los logos del gobierno visibles en espalda y pecho. No, ni así me salvo de ser acosada. ¿Qué acciones he tomado? Ninguna, ¿por qué? Porque el campechano está “acostumbrado” a “chulear” a la mujer. ¿Chulear? Pues eso no funciona así, pues nadie ha pedido una opinión o mirada sobre mi cuerpo. No soy de las que voltean y recriminan, soy de las que caminan con la mirada fija en mi camino, pero advierto quién es el que me acosa. No quiero pensar que el acoso tiene que ver con la manera en la que uno viste, sino que es una cuestión cultural. Es ahí donde creo que podemos hacer un cambio. Educar para no acosar.
Tercero, el acoso que uno vive mientras realiza su trabajo. Quizás este es el menos común. Debido a mi trabajo tengo que relacionarme con muchas personas desconocidas. Sí, por una u otra cosa, uno tiene que ser amable y proporcionar su número privado de celular, pero esa amabilidad, muchos hombres lo toman a coqueteo. Me he encontrado con frases, al momento de proporcionar mi número de móvil: “su número es como sus medidas” ¿Qué le sucede a la gente? ¿Qué tiene que ver mi número de celular con mis medidas? ¿Acaso ha mirado mi cuerpo? ¿Quién le dio permiso de escudriñarlo? A veces, me apeno de ser amable con las personas, pues tiendo a ser objeto de coqueteo por personas mucho mayores que yo. Son sensaciones que mis pobres letras no pueden describir. Es una combinación de rabia, impotencia o enojo, porque no tengo la confianza de expresar mis pensamientos sin ser catalogada como una pesada o pedante, y en el mundo laboral hay que ser sobre todo “educados”.
Son tres situaciones que he experimentado en carne propia en una etapa de mi vida, donde las faldas, los vestidos y la ropa formal juegan un papel importante. Por eso tú, hombre que lees esto, “chulear” a una mujer sin su permiso no es un cumplido, es un acoso, las mujeres somos dueñas de nuestros cuerpos, de nuestras decisiones, y si te sonrío es por cortesía, no porque quiera entablar una amistad contigo. Para ti que estas fuera y miras el cuerpo de cada mujer con lujuria déjame decirte: seguiremos alzando la voz y educando para vivir en un lugar libre de acoso callejero.

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