Por Marlee Jaqueline Elizondo Garza 

Tal vez ya no hay nada en mí que otros quieran.  

Pero puedo, tal vez, ser lo que yo busco. 

Odeth Anais, Cosas Perdidas

 En la literatura muchas encontramos nuestro lugar, otras solemos buscar el apoyo y el  soporte que sabemos nos brinda este refugio, algo así como tus amigas, aquellas que  se convirtieron en tu red de apoyo. Las historias y los personajes que encontramos en  los libros muchas veces nos dan fuerza, nos dan respuestas a nuestras situaciones, nos  hacen plantearnos una nueva idea o perspectiva, y la mayoría del tiempo, hacen de  nuestra vida algo un poco más llevadero. Con los libros la vida nos deja de pesar tanto y  aún más cuando encuentras ese nicho de personas que comparte ese amor por las  historias, ese grupo de confianza en el que sabes que tú y tus ideas están seguras y que  serán respetadas.  

Lo que acabo de mencionar fue una parte muy grata de mi experiencia en este taller.  Leer a estas mujeres tan talentosas, poder comentar su trabajo en un lugar seguro y  tener la oportunidad de leer los textos de las compañeras es muy inspirador y  reconfortante.  

A pesar de que la experiencia general fue muy grata no puedo ignorar el tema en común  que tienen estos textos: la constante misoginia y la violencia de género que  lamentablemente seguimos arrastrando hasta el día de hoy de las maneras más vulgares  hasta las más sutiles.  

Todas podemos identificarnos en al menos un cuento o novela de estas escritoras, ya  sea con un personaje secundario o principal, todas hemos pasado por algo similar y  todas tenemos una historia. 

Una novela discutida en las sesiones de este taller fue Los años falsos (Josefina Vicens;  1982), un gran ejemplo de la pérdida y de lo difícil que es formar tu propia identidad  cuando has vivido por tanto tiempo bajo la sombra de alguien o de algo, una situación  parecida a la cual muchas nos enfrentarnos sin siquiera darnos cuenta.  

La esencia de Los años falsos 

Este vivir no es vivir,  
es tan sólo un existir  
Sin lo que el vivir reclama: 
El hoy, el aquí, el mañana. 
Vivo a distancia de ti,  
de tu voz, de tu presencia,  
Y por esta cruel ausencia 
vivo a distancia de mí.  
Vivir así de esta suerte,  
no sé si es vida o es muerte.
Los años falsos; 1982

Entendemos como identidad a la percepción de la mismidad y continuidad de la propia  existencia en el tiempo y en el espacio, y la percepción del hecho que otros reconocen  esa mismidad1. Este concepto es muy importante para la novela, ya que, es el conflicto  principal que aborda y junto al protagonista iremos descubriendo quien es él realmente.  

En esta obra conocemos a Luis Alfonso Fernández a cuatro años de la muerte de su  padre haciendo un recuento de lo que ha sido su vida desde el momento en el que lo  perdió. 

Él se encuentra confundido, sin tener idea de cómo llegó a asumir el rol de su padre, sin  identidad propia, sin saber quién quiere ser y sin nadie alrededor que pueda orientarlo.  Desde el inicio de la novela con la frase: “Todos hemos venido a verme” comprendemos  que él y su padre son y serán uno mismo a lo largo del texto. 

Como muchos hijos, Luis Alfonso chico vive por la aprobación de su padre cuando este  aún sigue con vida. Su comportamiento y las decisiones que pueda tomar a su corta vida son influenciadas directamente por el padre, por ejemplo, cuando el joven Luis Alfonso se toma tan en serio los comentarios de su padre por el dinero y decide actuar conforme la voluntad de su padre lo dicte: «Tú dijiste siempre: “el dinero es para gastarlo y los que ahorran son  unos coyones que le tienen miedo a la vida”. Y como no eras coyón,  no nos dejaste ni un centavo.» (Josefina Vicens; 1982) 

Y una vez que este muere, hijo y padre se convierten en uno mismo, ambos se niegan a dejarse ir, ambos se niegan a dejarse descansar y permitir que el otro siga con su camino.  

Juliet Mitchell en Psicoanálisis y feminismo nos dice:

El padre se vuelve más poderoso en la muerte que en la vida (…) El  padre simbólico muerto es mucho más decisivo que cualquier padre  viviente real que meramente transmite su nombre. Si el padre real se le puede matar –y la literatura presenta ilustres ejemplos de  parricidios-, al padre simbólico no, porque desde siempre está muerto, lo que le otorga garantía y perennidad a la ley. (Mitchell; 1975) 

Luis Alfonso, sin esperarlo, comienza a vivir como su padre. Además de convertirse en  el “hombre de la casa” y de ser el encargado de proveer el sustento, inevitablemente se transforma en su padre en el momento en el que su madre lo deja llegar a la hora que le plazca y deja de tratarlo como a un hijo. Hereda todo, el nombre, la esposa, las hijas, el  trabajo, los amigos e incluso la amante. Vemos como lamenta más la muerte de la idea de formar una identidad propia que la muerte de su padre.  

Es abandonado por todos, se da por sentado que él tiene la obligación y la suerte de ser como su padre, que tiene la vida deseada y nadie nunca llega a imaginarse que Luis Alfonso se encuentra en una dualidad terrible, amando y odiando a su progenitor. 

Quedé así como dividido en tres: el heredero de ti, el huérfano de ti,  y el encargado de acompañarme y consolarme. El primero vivía tu  vida resignado, con tu peso a cuestas; el segundo sufría tu muerte  y su propia muerte, y el tercero, recién nacido, torpe, no sabía si  hacerte reproches, para darme alivio, o sufrir conmigo tu ausencia. (Josefina Vicens; 1982) 

A lo largo de la novela Luis Alfonso pasa de amar a odiar a su padre, mientras más se interna en el mundo de este se da cuenta de lo incompetente que era y que no merecía estar en el pedestal en el cual su hijo lo había colocado desde pequeño. Sin embargo, no tiene idea de cómo detener el fenómeno que lo está orillando a convertirse en él; Luis Alfonso sigue inmerso en la relación de amor-odio con su difunto padre porque no tiene respuestas para sí mismo, es muy difícil para él ir en busca de una identidad completamente nueva, sin la sombra de su padre, y es por eso que decide conformarse con este retorcido estilo de vida.  

Sobre la comparativa  

Creo que todas las que llegamos a esta novela podemos empatizar tanto con el  personaje de Luis Alfonso porque todas hemos estado en su lugar. Él está atascado con la figura intimidante de lo que su padre era, con la idea de que no puede profanar la imagen que todos tenían de él y por eso está obligado a ser exactamente igual a su progenitor, con la eterna pregunta de quién es realmente. No tiene una identidad propia e ir en busca de una nueva que no tenga rastros de su padre no es una opción para él.  

Muchas de nosotras pasamos por lo mismo, crecimos con la imponente figura de lo que “una mujer debe ser” que nos sentimos como unas ególatras cuando intentamos ir en busca de lo que nosotras queremos, y al mismo tiempo, unas traidoras al abandonar nuestros ideales.  

En la novela vemos el ejemplo perfecto de abandonarnos y formarnos bajo la sombra de algo -el patriarcado- en la madre de Luis Alfonso: «La madre en la novela es un ser gris, insignificante, sin voluntad, ni autoestima; por lo tanto, no puede ofrecer a Luis Alfonso una  perspectiva ética y ontológica en su proceso de formación del yo, y  sólo queda un modelo a seguir, el del padre.» (Bladimir Reyes Córdoba; 2020) 

Ni ella ni las hermanas tienen un nombre en la novela, carecen de importancia y solamente tienen peso en la historia porque son otra de las cosas “heredadas” a Luis Alfonso chico, alimentan la presencia del padre muerto, servir es lo único que se les ha permitido hacer y aprender. A falta de voluntad propia se limitan a cumplir el papel que tienen en ese hogar.  

En uno de los textos de las compañeras del taller, Cosas Perdidas (Odeth Anais; 2021), vemos algo muy parecido en la protagonista, una chica que debido a sus circunstancias lo único que puede hacer es aceptar y arreglárselas con lo que se le da, a vivir una vida que se le fue impuesta por las situaciones; pero encontramos un final esperanzador en el cual la protagonista puede abandonar todas esas cosas que le obligaron a aceptar e  ir en busca de un nuevo comienzo y una nueva vida, su vida.  

No me sorprende que la mayoría de los textos de mis compañeras cuenten con este factor de convertirnos en alguien que no somos sólo porque así “debe de ser”, no me sorprende tampoco identificar situaciones como estas en mi propia vida. Se nos ha enseñado ya sea accidentalmente o no, que necesitamos de alguien para estar completas, que siempre vamos a crecer bajo la sombra del patriarcado y arrastrar en  nuestra identidad partes de este, que si decidimos hacer las cosas que nosotras queremos y deseamos somos unas egoístas. Esto nos lleva a una lucha interna de lo  que “deberíamos de ser”, algunas tienen la fortaleza de seguir sus ideales, otras lamentablemente quedan atrapadas en lo que se les ha inculcado.  

Me gustaría que ninguna tuviera que enfrentarse a esta lucha interna, me gustaría aún más que muchas no se quedaran con ella para siempre como Luis Alfonso, pero lo que más deseo transmitirles en este texto es que no están solas, todas en algún momento hemos sido las falsas. 

  1.  Erick Erickson en Identidad, juventud y crisis (1968).

Referencias: 

Anais, Odeth. (2021). Cosas Perdidas. 

Córdoba, B. R. (2020). Un acercamiento a Los años falsos de Josefina Vicens. Revista  de literatura contemporánea, 89-96. 

Mitchell, Juliet. (1975). Psicoanálisis y feminismo . Barcelona: Anagrama . Vicens, Josefina. (1982). Los años falsos. epublibre.

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