Por Edith Johanna Morales Roa
“Sin duda, esa es una de las cosas que más me gustan […]: la seguridad, vayas por donde vayas, de que siempre vas a encontrar algo nuevo, algo desconocido, algo extraño. Por eso no me importa vivirla a solas de vez en cuando, hacer de este lugar mi mapa del tesoro, mi barrera infranqueable, mi refugio intacto, una voz que grita “casa” cuando descubren mis escondrijos. Es algo que recomiendo a todos los que llegan aquí: conocerla uno solo. Es una ciudad que es de todos sin ser de nadie. Es cierto, no me cabe duda, que no está hecha para todo el mundo […] Pero se puede”
Elvira Sastre.
Mi nombre es Edith Johanna Morales Roa, oriunda de Funza, un municipio de Cundinamarca en Colombia, recuerdo haber viajado desde siempre por mi país junto a mi mamá para visitar a mis abuelos o acompañando a mi papá en su camión mientras trabajaba. A los 7 años viajé por primera vez sin mis padres, iba con la Escuela de Danzas Zaquesazipa para el Departamento de Neiva en el Huila; siempre me gustó ir en la ventana del bus para ver los paisajes, que hasta hoy producen en mí una sensación de sosiego inigualable.
Con la misma escuela, a los 12 años, salí del país en una gira que duró un mes conociendo Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, la cual fue germinando la semilla que mis padres implantaron para que volara más allá de los muros de mi casa.
Siguiendo esos deseos de volar, a los 17 años decidí hacer un intercambio a Cali, en Colombia, donde viví cinco meses. Conocer la ciudad en sí misma era viajar para mí, cada fin de semana intentaba hacer un plan diferente para recorrer nuevos lugares, conocí amigas con las que viajé a otros lugares maravillosos dentro y fuera de la capital. Cuando mi familia fue a visitarme, me sentí orgullosa de ser yo quien los guiaba a ellos y los animaba a seguir viajando como lo hicieron conmigo.
Viajar amplía tu mundo, metas y sueños, los cuales se vuelven más alcanzables, en ese transcurrir, a los 18 años salí sin compañía con rumbo a Chile, aunque allí me estaban esperando para conocer diferentes destinos, fue la oportunidad para aprender a planear cómo viajar sin compañía, con mis propios esfuerzos y deseos. Otros viajes acontecieron hacia diferentes lugares del país con mi familia y con personas con las que compartía clases aunque no eran mis amigos.
A los 20 años realicé otro intercambio para la Ciudad de México; de nuevo conocer la urbe ya era un reto para mí; era inmensa, llena de peligros, pero también de misterios, historia, resistencias, etc. Viajé por varios Estados de México con amigas que conocí allí, así como familiares y amigos de antes que no solo me acompañaron, sino que me permitieron siempre ser en cada lugar; nos dimos fuerza cuando nos sentimos violentadas y nos impulsamos a seguir ocupando esos espacios que nos han negado o hecho más difíciles.
En Chiapas, México viví el Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, celebrado los días 8, 9 y 10 de marzo de 2018 en el Caracol IV “Torbellino de nuestras palabras”, Morelia, zona de Tzotz Choj, que reunió más de 7.000 mujeres de todo el mundo. En ese momento reconocí que parte de mi forma de luchar por un mundo donde quepan mundos diversos es continuar estando viva, viajando, aprendiendo de otras mujeres y compartiendo mis experiencias también.
Actualmente tengo 21 años y me encuentro en el municipio de Toledo, en el Estado de Paraná en Brasil, llevo cuatro meses aquí y he viajado a la frontera con Argentina y Paraguay, así como a otras ciudades donde conocí mujeres valiosas que me han acogido en sus corazones y casas. En un mes regreso a mi ciudad natal, pero aun me quedan otros viajes por hacer, desafíos que enfrentar y luchas que seguir asumiendo.
Este breve recuento de viajes a lo largo de mi vida en los que muchas veces he ido acompañada, en otras ocasiones sin compañía y rara vez me he sentido sola mientras lo hago, me ha permitido encontrarme a mí y mi valentía como mi mejor compañera, así como a otras mujeres que me han acogido y cuidado en este proceso.
Este proceso ha sido un camino que tuvo sus primeras semillas en mi infancia, aunque no lo sabía. Sinceramente, cuando era niña nunca pensé que viajaría tan lejos sin compañía, ni que iba a ser tan importante para la mujer que hoy soy. Luego, fue la educación pública y el arte que llevaron a germinarla; día a día intento cosecharla, sabiendo que otros rumbos desconocidos me hacen falta por alcanzar y que nunca es tarde para comenzar a viajar, por lo que voy recogiendo los frutos de esa siembra e intento darlos a otras mujeres para que lo hagan en sus propios tiempos y espacios, no obstante, ese andar no ha estado exento de violencias, miedos e inseguridades.
Cuando viajas llevas contigo las identidades que asumes y las que te imponen, decir que eres de Colombia en cualquier lugar del mundo es sinónimo de narcotráfico, prostitución y guerra, por lo que las personas se creen con el derecho de hacer chistes violentos y xenofóbicos. En algunas oportunidades tuve que dejar bares porque depositaron drogas en mi bebida mientras estaba bailando, otras veces tuve que dejar de usar vestidos porque no soportaba el acoso, también tuve que dejar mi silla y cambiarme de lugar en el bus porque el hombre que iba a mi lado invadía mi espacio y no le importó cuando se lo hice saber.
Cuando viajas llevas también aquello que te dijeron que era ser una mujer y aparecen muchas preguntas, dolores, transformaciones, porque viajar es también un proceso de autoconocimiento, de construir y traspasar límites simultáneamente. Sin embargo, no deja de ser una experiencia maravillosa y de cuidado de ti misma y de otras que van viajando sin compañía. En algunas oportunidades conocí mujeres de múltiples edades con las que por coincidencia nos acompañamos tan solo un día para conocer determinada ciudad o algunos instantes en un lugar porque nos daba más seguridad, con otras mantuve contacto hasta hoy.
Viajando también llevas tus miedos y tu forma de enfrentarlos. Aunque me gusta la silla que va al lado de la ventana en los buses, cuando son viajes largos o de noche en los que sé que posiblemente me quedaré dormida, elijo la silla del corredor como una garantía de escape, igualmente, procuro lugares que me recomiendan otras chicas o espacios feministas. Es mi modo de combatir el miedo que a veces aparece, aunque intento que no me agobie, sé que el mundo aún no es seguro para las mujeres y no quiero sentirme cobarde.
Y procuro siempre recordar y agradecer a las mujeres que me han hecho llegar hasta el lugar que estoy hoy, a las Flor, Isabel, Laura, Marcela, Natalia, Luisa, Mónica, Karol, Gabriela, Alexandra, Rocío, Lucía, Eucaris, Camila, Katiane, Pamela, Ximena, Daniela, Sara, y tantas otras que están y ya no están. Recuerdo también las palabras de la comandanta Alejandra entregándonos a las mujeres del mundo una luz para encenderla en el corazón, el pensamiento, las tripas cuando nos sintamos solas, tengamos miedos, sintamos que es muy dura la lucha, la vida, para sentir que no estamos solas, que viajamos y luchamos por cada una de nosotras.
Viajar por el mundo es una forma de apropiarnos de él, quisiera que todas las mujeres lo hiciéramos aún con el miedo que representa; es un proceso gradual de seguridad. Si la excusa es el dinero, hay formas económicas y solidarias de hacerlo, preguntar a tus amigas si conocen personas en el lugar donde vas a viajar, procurar aplicativos de hospedaje seguros y de bajo costo, acampar, etc.; conocer los descuentos en transporte o aplicativos de auto stop o aventones; planear los lugares y experiencias que quieres visitar y sobre todo escucharte a ti misma: qué es lo que deseas hacer y qué posibilidades tienes para cumplirlo.
Si es el miedo o las voces de varias personas cuestionándote y relevándote los riesgos de viajar sin alguien que te “proteja” lo que te impide hacerlo, recuerda que eres tú quien defines tu camino y siempre hay formas de protegernos donde vayamos. Hacer un mundo a la medida de las mujeres requiere ser valiente, arriesgarse e ir atrás de nuestros sueños, abrir nuestros rumbos y que ese mundo nos quede pequeño para construir otros más justos.

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