Por Ana Laura Tut Noh

Es innegable la influencia de la sociedad en la Literatura, puesto que es posible  observar, al menos, en textos latinoamericanos, fragmentos con descripciones de espacios  reales, así como personajes o situaciones que recrean la vida cotidiana, desde diversas  ópticas. Ejemplos de lo anterior, serían el cuento de Elena Garro denominado: La culpa es  de los tlaxcaltecas (1964), cuyo personaje describe espacios como Chapultepec o el lago de  Cuitzeo; o bien, es posible conocer la ciudad de México o España, a través de la novela Casas  Vacías (2017) de Brenda Navarro. Asimismo, los personajes protagónicos descritos en  ambos textos, se develan como mujeres que sienten, se cuestionan su entorno, reflexionan y  actúan de acuerdo a un contexto que las coloca en situaciones complejamente humanas.  

Fernando Ainsa, menciona: “Gracias al esfuerzo de comprensión imaginativa que ha  propiciado la ficción, se ha podido sintetizar la esencia de una cultura y ha sido posible  proyectar una visión integral de la realidad que ningún estudio sociológico podía equiparar”  (2010, p. 394). Por tanto, la literatura para este autor, puede ser un documento sociológico  cuyo análisis nos permite conocer y reflexionar sobre el actuar humano y sus consecuencias.  Con base en la premisa anterior, este ensayo tiene por finalidad analizar la violencia sufrida  por el personaje de Norma en la novela Temporada de Huracanes (2017), de la escritora  Fernanda Melchor, como elementos que no sólo se limitan al texto, sino que son plausibles  a nivel extradiegético, puesto que suelen ser temas alejados del discurso hegemónico, pero que encuentran cabida en el discurso estético. Se analizará las causas, tipos, consecuencias y el espiral de violencia vivida por el personaje de Norma desde la óptica de Agustín Martínez  Pacheco y su texto La violencia. Conceptualización y elementos para su estudio (2015). 

La novela Temporada de huracanes (2017) es de la autoría de Fernanda Melchor.  Escritora mexicana que nació en el estado de Veracruz en el año 1982 y cuya producción  literaria está conformada por textos como: Mi Veracruz (2008), Aquí no es Miami (2013) y  Falsa liebre (2013). En el año 2019 Temporada de Huracanes, recibió el premio  Internacional de Literatura, en Berlín, Alemania. Según Sabine Pesquel (2019), la novela ha  sido considerada por la crítica como un retrato de la vida en el estado mexicano y permite  conocer los demonios que aquejan al país. 

Temporada de huracanes está ambientada en la Matosa un municipio del estado de  Veracruz y narra el asesinato de la bruja del pueblo, desde el momento del encuentro del  cadáver hasta los días que preceden y anteceden al suceso. Es un texto que presenta una  polifonía de voces, puesto que participan, en su narración, testigos y responsables de dicho  crimen. Para Pesquel (2019): «Los huracanes del título no solo aluden a las condiciones  de vida que prevalecen en el pueblo, sino que, gracias a la potencia del lenguaje de la  autora, parecen también descender sobre nosotros”, puesto que al leer la novela uno no  puede evitar reaccionar emocionalmente ante cada situación descrita. 

En una entrevista realizada por Pesquel a Fernanda Melchor ésta menciona  que el punto de inspiración de la novela fue cuando trabajaba para la oficina de  comunicación de su universidad; en este espacio, solía recibir periódicos locales en  donde la violencia era una constante. En una ocasión, leyó el caso del asesinato de una  bruja en un pueblo, a manos de un hombre que decía que aquélla lo estaba hechizando  para que no la dejara. Atisbamos, en este hecho, que la escritora funge como una especie de testigo que si bien no es presencial, tampoco es ajena a la violencia que ocurre en su  estado, prueba de ello es que Melchor, expone en esa misma entrevista que ella deseaba  ir al poblado para adquirir más información; sin embargo, debido a la inseguridad y el  narcotráfico en dicha área, se limitó a crear una ficción en torno a este hecho. Carlos  Pavón, menciona que después de la segunda mitad del siglo XX, hay una proliferación  de textos que narran la violencia desde la óptica del observador, esto debido a que  actualmente se vive la “era del testigo”, concepto de Annette Wieviorka que explica que  se prepondera el testimonio sobre el documento. (2015, p.11). Todo lo anterior, nos  permite entender que lo narrado en la novela no se limita a la invención y refleja una  realidad que toca nuestra puerta cada día y “nada mejor que la ficción para explicar la  realidad del Nuevo Mundo, donde lo real y lo imaginario han formado una indisoluble pareja”  (Ainsa, 2010, p.394). 

Dentro de la narración de la novela es posible observar distintos personajes que fungen  como testigos o como participantes en el asesinato de la bruja: Yessenia, Luismi, la abuela  de ambos, el Munra, Chabela y Norma detallan desde el yo, o a través del diálogo, no sólo el  asesinato, sino también la vida en la Matosa o incluso a las afueras de ella. Todos estos  personajes están expuestos a la violencia; sin embargo, es del interés de este texto centrarse  en el personaje de Norma, una adolescente, de escasos trece años, que llega a la Matosa  después de huir de su casa.  

La voz de Norma se hace presente en el capítulo número VII, el cual comienza en el  hospital de la Matosa en donde una mujer le cuenta a la joven que, después de múltiples  abortos espontáneos, por fin ha nacido su primer hijo; en contraste, Norma se encuentra ahí  porque acaba de abortar uno deliberadamente. El bebé que iba a tener la joven era de su 

padrastro, hecho que la obliga a huir de casa y, después de un largo trayecto, llegar a la  Matosa para encontrarse con Luismi quien le ofrece comida y su cuarto para vivir. En este  espacio conoce a la Chabela quien le propone llevarla con la bruja para abortar, ésta después  de múltiples dudas le da un brebaje que se toma. Un par de horas después la hemorragia es  tal que Luismi le pide al Munra que los lleve al hospital donde es abandonada a su suerte.  

La violencia según Agustín Martínez (2015) es un concepto cuya definición no tiene  un consenso, debido a que hay autores que la limitan a la agresión física; sin embargo, para  este autor, el concepto va más allá y la concibe como el tinte que pueden adquirir las  relaciones sociales. Desde esta perspectiva, el personaje de Norma está inmersa en la  violencia, desde el momento de su nacimiento, hasta el momento en el que acaba en el  hospital, y cada espasmo violento está propiciado por su relación con los otros. 

Agustín Martínez menciona que: “en cuanto a los niveles de causalidad, en términos  sintéticos se puede considerar que todo acto de violencia se presenta en un contexto social  específico, el cual tiene, a su vez, una historia que lo generó” (p.22). Por tanto en el caso de  Norma, el contexto que marca el inicio de la violencia es su madre; según se narra en el texto  que la primera hija fue Norma, pero luego, la señora tuvo otros hijos con la esperanza de que  algún hombre se quedara con ella:  

Norma debía tener siempre en cuenta los errores que su madre había cometido y no tratar de repetirlos,  aunque tuvo que pasar algún tiempo antes de que Norma finalmente comprendiera a qué se refería su  madre cuando hablaba de sus yerros: a ella y a sus hermanos, claro; pero sobre todo a ella, a la primera,  la primera de cinco críos, seis contando al pobrecito de Patricio que en paz descanse; seis errores que  su madre cometió, uno tras otro, en sendos intentos desesperados por retener a un hombre que en casi  todos los casos ni siquiera se había dignado en reconocer la paternidad de las criaturas; hombres que  para Norma eran simples sombras en las que su madre se envolvía cuando salía de noche a  emborracharse, con las piernas descubiertas bajo medias transparentes y zapatos de tacón que jamás  permitía que Norma se probara (Melchor, 2017, p.163).


Como se puede apreciar, la madre de Norma le prohíbe que se vista como ella para no  repetir su historia de sometimiento y abandono; sin embargo, el ciclo de violencia  difícilmente se rompe, no sólo porque el origen de la violencia es la exposición a la misma,  sino también porque la violencia tiene otros elementos que la hacen permanecer y  multiplicarse. A dicho fenómenos se le conoce como el espiral de violencia y puede ser de  tres tipos: acción-reacción, emulación y reforzamiento; el primero, se refiere a la violencia  ejercida sobre alguien, quién en consecuencia puede reaccionar aplicando violencia a su  victimario o hacia otras personas; el segundo, se desarrolla cuando la violencia es exitosa y  por ende sigue esparciéndose, por ejemplo el soborno para agilizar trámites, debido a que en  apariencia no son dañinos, se permite y se replican. El último, “consiste en que determinada  forma de manifestación de violencia puede producir ciertos resultados que refuerzan otros  tipos de manifestaciones violentas” (p.25). Esta espiral es visible cuando el Pepe el padrastro  de Norma comienza sus acercamientos hacia ella: 

Colocaba su mano con la palma hacia arriba en el sitio preciso en donde ella iba a sentarse y le  pinchaba la cola y luego fingía que no había sido él, y todo eso era divertido, o había sido divertido al  principio porque toda esa atención hacía que Norma se sintiera importante, porque Pepe siempre  insistía en sentarse junto a ella cuando veían las caricaturas, y le pasaba el brazo por encima de los  hombros y le acariciaba la espalda, los hombros, los cabellos, pero solo cuando la madre de Norma  estaba en la fábrica, solo cuando sus hermanos estaban en el patio de la vecindad (p.163 ). 


Sí bien, estos tocamientos no se presentan con exceso de fuerza física, recordemos que la  violencia puede ser sutil y clasificarse de distintas maneras, en el fragmento Norma  menciona, desde el tiempo verbal pretérito, que esas conductas habían sido divertidas al  principio; lo anterior, nos permite entender que posteriormente ya no lo fue, además  menciona que dichas acciones la hacían sentir importante. Sin embargo con el paso del  tiempo, los encuentros con su padrastro se vuelven más y más grotescos, es decir se van 

reforzando y permiten la escalada de la espiral de violencia como se ve en un fragmento del  texto, en el que ella está acostada con el Luismi y está esperando que él le cobrara el favor  de haberla llevado a su casa, pero el chico no le pide nada, entonces ella menciona: 

Él echado a su lado, la escucho y en ningún momento había tratado de tocarle otra cosa que no fuera  la cara o las manos, ni le había ordenado que se echara de espaldas y se abriera de piernas, o que se  arrodillara para mamarle la verga, como Pepe siempre le pedía cada vez que se metían juntos a la  cama. Mámame la verga, decía; mámame los huevos, mámale duro, chiquita, con ganas, así, hasta  adentro, no te hagas la que te da asco si bien que te gusta, aunque no era cierto, aunque a Norma no le  gustara en lo absoluto, pero él lo decía de todas maneras y ella nunca lo había sacado del error (p.  155). 

Como se presenta el fragmento los encuentros con el Pepe llegaron a su máxima expresión  violenta, debido a que un acto tras otro, lo llevaron a incrementar los vocablos o peticiones  en el sexo, sin detenerse a pensar que estaba transgrediendo a una niña. Este tipo de violencia  en la que el dominante (el pepe) desea someter psicológica y sexualmente al dominado  (Norma), se le conoce como activa puesto que: “los victimarios entonces recurrirán a  diferentes formas de violencia como medios para lograr la dominación y expropiación  simbólica y material de las víctimas” (Martínez Pacheco, 2015, p. 20). La máxima  dominación y expropiación de Pepe es apoderarse del cuerpo de Norma y someterla a cumplir  sus fantasías sexuales, haciéndole creer que era ella quien lo deseaba.

¨Para finalizar es importante señalar cuáles son las consecuencias de la presencia de la  violencia, ya que “entre estos daños están los que ya se mencionaban anteriormente, la  afectación a la integridad física de las personas, a su integridad emocional y psicológica y a  su integridad patrimonial” (Martínez, 2015, p.29). En el caso de Norma acaba huyendo de  casa por miedo a la reacción de su madre, su viaje pone en peligro su integridad, puesto que  le cuenta a Luismi que en Villa:

unos tipos la habían seguido en una camioneta mientras caminaba hacia el centro de Villa, y ella había  tenido que apartarse de la carretera para esconderse en unos carrizales porque los tipos que iban sobre  la batea la llamaban chasqueando los labios como si fuera una perra, y el hombre que conducía, un  sujeto rubio de gafas oscuras y sombrero vaquero, bajó el sonido de la música que tronaba, me haré  pasar por un hombre normal, y le ordenó a Norma que se subiera a la camioneta, que pueda estar sin  ti, que no se sienta mal, pero ella tuvo mucho miedo y corrió a internarse en una parcela (p.151). 

A miles de Kilómetros de casa Norma ya no está en riesgo de ser odiada, golpeada o  excluida por su madre, ni en riesgo de sostener encuentros con el Pepe, sino ahora está a  merced de la violencia de Villa y La Matosa. Los daños serán irreversibles. 

“En términos sociales las consecuencias de ciertas relaciones de violencia pueden llevar  a la desestructuración de los lazos sociales mediano y largo plazo, a la instauración del miedo  y la desconfianza social” (Martínez Pacheco, 2015, p.29). Lo anterior, es visible al final del  texto cuando Norma está en el hospital, amarrada, sola, con miedo y sin emitir palabra  alguna:  

Norma quisiera escapar corriendo de aquel sitio, romper sus vendajes y huir como fuera del  sanatorio, huir de su propio cuerpo adolorido, de esa masa de carne abotargada y henchida  de sangre, de pavor y de orina que la mantenía anclada a la maldita cama […] quería tirar y  tirar de aquellas vendas hasta romperlas, escapar de aquel lugar donde todos la miraban con  odio, donde todos parecían saber lo que había hecho; estrangularse las manos, degollarse a  sí misma en un grito elemental que, al igual que la orina, ya no pudo contener por más tiempo:  mamá, mamita, gritó a coro con los recién nacidos. Quiero irme a casa, mamita, perdóname  todo lo que te hice (p.196). 

Este cierre de capítulo permite ver las fracturas sociales sufridas por el personaje de  Norma como consecuencia de la violencia, lejos de casa, de su madre, de Luismi y de todo  aquello pudiera brindarle aparente seguridad, en este punto, las consecuencias de la violencia  son evidentes.

En conclusión, la posibilidad de entrar en contacto con el texto y analizarlo nos permite,  a través de la experiencia estética, formular reflexiones sobre la violencia perfectamente  aplicables a nuestra realidad inmediata. Las notas periodísticas narran con frecuencia  historias como las de Norma y nosotros detrás de los textos, fungimos únicamente como  lectores/observadores; sin embargo, esto no nos exime de ser partícipes, puesto que la  violencia: “cuenta con por lo menos tres tipos de actores que la delimitan (el agresor, la  víctima y los observadores)” (Martínez Pacheco, 2015, p.25). Frente a esta postura, los  observadores tenemos participación en el origen, causas, consecuencias y la permanencia del  espiral de violencia; ¿estamos haciendo algo para reproducirla o frenarla? 

Bibliografía 

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Pabón, Carlos. (2015). “De la memoria: ética, estética y autoridad” en Coord. Teresa  Basile. Literatura y violencia en la narrativa latinoamericana reciente [en línea]. (pp. 11- 34). La Plata [AR] : Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias  de la Educación. Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP CONICET). Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria. (Colectivo crítico ; 2) En  Memoria Académica. Recuperado el 30-09-20 de:  http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.378/pm.378.pdfPesquel, Sabine. (2019). “Temporada de huracanes, de Fernanda Melcor: realismo y  pesadilla de México”. Recuperado el 01-10-20 de: https://www.dw.com/es/temporada-de huracanes-de-fernanda-melchor-realismo-y-pesadilla-en-m%C3%A9xico/a-49267872

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