Por Anita Joker

Odio la frase “empezar desde cero” porque lleva implícito que nada valió la pena, si fuera así empezaríamos desde el dos o desde el uno. Comencé a vivir sola hace casi un año, antes de eso viví cuatro años con un chico. Me quedé en la casa y con los gatos, digamos, entonces, que empecé desde el dos.

Me deslicé de una relación muy bella y duradera a principios de año, aunque como todas las relaciones, teníamos problemas. ¿Y si era tan buena por qué se murió? Creo que por acá he de empezar:

Hay una fiera estirpe de personas que no saben estar con otros. Que devoran y gobiernan. Que recargan sus energías en las vértices más solitarias de un salón lleno de gente. Una estirpe que no evolucionó del mono sino del carcayú.

Los carcayúes, o glotones, son conocidos por su ferocidad desproporcionada a su tamaño. Son capaces de atacar a presas más grandes que ellos. Obviamanta, como los glotones, yo también soy afectiva en períodos de reproducción.

Quién sabe por qué siempre estaba sola cuando me imaginaba feliz. A lo mejor porque crecí en una familia escandalosa cuando me gustaba más bien el silencio.  No es una tragedia estar sola, pero tampoco es tan romántico como cuando estaba en una relación, y fantaseaba con la idea de cómo adornaría mi recámara si no tuviera que compartirla con un geek freak. Spoiler alert: mi recámara está prácticamente igual, excepto porque no tengo televisión.

Cuando por fin estuve sola, me pregunté ¿por dónde empiezo? Primero tenía que lidiar con las horas muertas. Al principio me quejaba de no tener tiempo para mí y de pronto tuve demasiado. Comencé a salir a caminar, me metí de lleno a proyectos de trabajo pero aún así, me sobraba vida. Es muy extraño pero tardé bastante tiempo en darme cuenta que no me había hecho cargo de mí, del todo.

Pagaba mis cuentas, me hacía la comida, compraba todas las mascarillas coreanas en oferta para consentirme, pero no prestaba atención realmente en mí. No puedo decir que ya lo hago pero ahora pienso más en cosas como mi salud física y mental. Saqué de mi vida un viejo sofá, una amistad agria, me inscribí al gimnasio y me afilié al Seguro Popular. No se rían, con la salud no se juega. Ahora decido empezar también esta columna para compartir los momentos, reflexiones y referencias felices; así como los fracasos, dudas, caídas y errores.

Por lo pronto puedo decir que soy mejor persona que antes, porque ahora me escucho. El primer grito fue: quiero estar sola. Y este mantra ha sido para mí un refugio y una sentencia. No soy ni más ni menos feliz, pero ahora siento paz.

Existimos carcayúes que necesitamos primero entendernos y vivirnos, antes de aventarnos a la convivencia. El científico Manuel Jiménez de la revista de divulgación zoológica Galeón se hace una pregunta pertinente: ¿Cómo puede un animal que raramente sobrepasa los 20 kilos de peso y un metro de longitud ser considerado una gran fiera? Sí, podemos, Manuelito, sí podemos.

En realidad, odio la idea de ser una fiera. Me gusta sin embargo ser lenta, solitaria, adaptable y desgarbada como los glotones. Ser obstinada, hasta cierto punto, y roncar. Pero sobre todo, me gusta pensar que los carcayúes, mis ancestros, criados en cautiverio se comportan como encantadores animales domésticos y tratan a los que los quieren con “devoción perruna”, como dice Gerald Durrell en La guía del naturalista.

Por eso veo la soledad más como una necesidad que como una decisión. Como si de verdad fuera parte de mi naturaleza dormir y despertar sola, al menos la mayoría de las mañanas. Aunque casi nunca sepa cómo comenzar el día, sé que si me equivoco, sólo me importa a mí. Y con suerte, a alguno de los que leen esto.

 

 

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